Prólogo
01
Cuando Zaratustra
tenía treinta años, abandonó su patria y el lago de su patria y fue a las
montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se
cansó de ello. Pero finalmente se transformó su corazón, - y una mañana se
levantó con la aurora, se paró ante el sol y le habló así:
»¡Tú gran astro!
¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras aquellos a quienes iluminas!
Diez años has
venido subiendo hasta mi caverna: de tu luz y de este camino te habrías
hartado, sin mí, mi águila y mi serpiente.
Pero nosotros te
aguardábamos cada mañana, te tomábamos tu sobreabundancia y te bendecíamos por
ello.
¡Mira! Estoy
hastiado de mi sabiduría, como la abeja que demasiada miel ha recogido,
requiero de manos que se extiendan.
Quisiera regalar y
repartir, hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a alegrarse de su
locura, y los pobres, a alegrarse de su riqueza.
Para ello tengo que
descender a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones el mar
y llevas luz incluso al submundo, ¡astro suprarico!
Tengo, al igual que
tú, que hundirme en mi ocaso como lo llaman los hombres a quienes
quiero bajar.
Así pues,
¡bendíceme, ojo apacible, que puedes ver sin envidia incluso una felicidad
demasiado grande!
¡Bendice la copa la
cual quiere desbordarse para que el agua de oro fluya de ella llevando a todas
partes el reflejo de tu delicia!
¡Mira! Esta copa
quiere volver a tornarse vacía, y Zaratustra quiere volver a tornarse hombre.«
– Así comenzó el ocaso de Zaratustra.
02
Zaratustra fue solo
montañas abajo sin que nadie lo encontrara. Pero cuando llegó a los bosques se
halló de repente ante él un anciano que había abandonado su santa cabaña para
buscar raíces en el bosque. Y así habló el anciano a Zaratustra:
»No me es
desconocido este caminante: hace algunos años pasó por aquí. Zaratustra se
llamaba; pero se ha transformado.
Entonces llevabas
tu ceniza a la montaña: ¿quieres hoy llevar tu fuego a los valles? ¿No temes
los castigos al incendiario?
Sí, reconozco a
Zaratustra. Puro es su ojo, y en su boca no se esconde náusea alguna. ¿No viene
hacia acá como un bailarín?
Zaratustra está
transformado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un
despierto: ¿qué quieres ahora entre los durmientes?
En la soledad
vivías como en el mar, y el mar te llevaba. Ay, ¿quieres bajar a tierra? Ay,
¿quieres volver a arrastrar tú mismo tu cuerpo?«
Zaratustra
respondió: »Amo a los hombres«.
»¿por qué«, dijo el
santo, »me he venido yo a los bosques y a las soledades? ¿No fue acaso
porque amaba demasiado a los hombres? Ahora amo a Dios: a los hombres no los
amo. El hombre es para mí una cosa demasiado imperfecta. El amor al hombre me
mataría.«
Zaratustra
respondió: »¡Qué decía yo del amor! ¡Lo que yo llevo a los hombres es un
regalo!«
»No les des nada«,
dijo el santo. »Tómales mejor alguna cosa y llévala junto con ellos - eso
es lo que más bien les hará: ¡sólo si te hace bien a ti!
¡Y si quieres
darles algo, no les des más que una limosna, y deja que además la mendiguen!«
»No«, respondió
Zaratustra, »yo no doy limosnas. No soy bastante pobre para eso.«
El santo se rió de
Zaratustra y dijo: »¡Entonces cuida de que acepten tus tesoros! Ellos
desconfían de los eremitas y no creen que vayamos para dar algo.
Nuestros pasos les
suenan demasiado solitarios por las callejas. Y cuando de noche, en sus camas,
oyen caminar a un hombre mucho antes de que el sol se alce, se preguntan:
¿adónde irá el ladrón?]
¡No vayas donde los
hombres y quédate en los bosques! ¡Vé mejor aún donde los animales! ¿Por qué no
quieres ser como yo - un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?«
»¿Y qué hace el
santo en los bosques?« preguntó Zaratustra.
El santo
respondió: »Hago canciones y las canto; y cuando hago canciones, río,
lloro y murmuro: así alabo a Dios.
Con cantos,
lágrimas, risas y murmullos alabo al Dios que es mi Dios. Mas ¿qué nos traes tú
de regalo?«
Cuando Zaratustra
hubo oído estas palabras, se despidió del santo y le dijo: »¡Qué tendría
yo que darte! ¡Pero dejadme irme rápido, para que no os quite nada!« – Y
así se separaron el uno del otro, el anciano y el hombre, riendo igual que como
ríen dos muchachos.
Mas cuando
Zaratustra estuvo solo, habló así a su corazón: »¡Será posible! ¡Este
viejo santo no ha oído todavía nada en su bosque de que Dios está
muerto«
03
Cuando Zaratustra
llegó a la ciudad más próxima, enclavada en los bosques, encontró allí a mucha
gente reunida en el mercado: pues se había prometido que se vería a un
equilibrista. Y Zaratustra habló así al pueblo:
Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo
que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?
Hasta ahora todos
los seres han creado algo por encima de sí mismos. ¿Y vosotros queréis ser el
reflujo de ese gran flujo y regresar al animal en vez de superar al hombre?
¿Qué es el mono
para el hombre? Una irrisión o una dolorosa vergüenza. Y eso mismo debe ser el
hombre para el superhombre: una irrisión o una dolorosa vergüenza.
Habéis recorrido el
camino del gusano hasta el hombre, y mucho en vosotros continúa siendo gusano.
En otro tiempo fuisteis monos, e incluso ahora es el hombre más mono que
cualquier mono.
Y el más sabio de
vosotros es tan sólo un ser escindido, híbrido de planta y fantasma. Pero ¿os
digo yo convertirse en fantasmas o plantas?
¡Mirad, yo os
enseño el superhombre!
El superhombre es
el sentido de la Tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre
el sentido de la Tierra!
¡Yo os conjuro,
hermanos míos, permaneced fieles a la Tierra y no creáis a
quienes os hablan de esperanzas superterrenales! Son envenenadores, lo sepan o
no.
Son despreciadores
de la vida, moribundos y ellos mismos envenenados, de los que la Tierra está
cansada: ¡ojalá se larguen!]
En otro tiempo el
delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios murió, y con Él murieron
también esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra
y tener en más las entrañas de lo inescrutable que el sentido de la tierra!
En otro tiempo el
alma miraba con desprecio al cuerpo: y ese desprecio era entonces lo más alto -
lo quería flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse de él y de la tierra.
Oh, esa alma era
también flaca, fea y famélica: ¡y la crueldad era la voluptuosidad de esa alma!
Mas vosotros
también, hermanos míos, decidme: ¿qué anuncia vuestro cuerpo de vuestra alma?
¿No es vuestra alma acaso pobreza y suciedad y un lamentable bienestar?
En verdad, una
sucia corriente es el hombre. Se tiene que ser ya un mar para poder recibir una
sucia corriente sin volverse impuro.
Mirad, yo os enseño
el superhombre: él es ese mar, en él puede hundirse vuestro gran desprecio.
¿Cuál es la máxima
vivencia que vosotros podéis tener? Que llegue la hora del gran desprecio. La
hora en que incluso vuestra felicidad se os convierta en náusea y lo mismo con
vuestra razón y con vuestra virtud.
La hora en que
digáis: »¡Qué importa mi felicidad! Es pobreza y suciedad y un lamentable
bienestar. ¡Pero mi felicidad debería justificar la existencia misma!«
La hora en que
digáis: »¡Qué importa mi razón! ¿Codicia el saber como el león su
alimento? ¡Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar!«
La hora en que
digáis: »¡Qué importa mi virtud! Todavía no me ha puesto furioso. ¡Qué
cansado estoy de mi bien y de mi mal! ¡Todo esto es pobreza y suciedad y un
lamentable bienestar!«
La hora en que
digáis: »¡Qué importa mi justicia! No veo que yo sea un carbón ardiente.
¡Mas el justo es un carbón ardiente!«
La hora en que
digáis: »¡Qué importa mi compasión! ¿No es la compasión acaso la cruz en
la que es clavado quien ama a los hombres? Pero mi compasión no es una crucifixión.«
¿Habéis hablado ya
así? ¿Habéis gritado ya así? ¡Ah, ojalá os hubiese yo oído ya gritar así!
¡No vuestros
pecados - vuestra moderación es lo que grita al cielo, vuestra mezquindad hasta
en el pecado es lo que grita al cielo!
¿Dónde está pues el
relámpago que os lama con su lengua? ¿Dónde está la demencia que haría falta
inocularos?
Mirad, yo os enseño
el superhombre: ¡él es ese relámpago, él es esa demencia! –
Cuando Zaratustra
hubo hablado así, uno del pueblo gritó: »¡Ya hemos oído bastante del equilibrista;
ahora, ¡veámoslo también!« Y toda la gente se rió de Zaratustra. Mas el
equilibrista, que creyó que las palabras eran por él, empezó su trabajo.
04]
Mas Zaratustra vio
a la gente y se maravilló. Luego habló así:
El hombre es una
cuerda, amarrada entre el animal y el superhombre – una cuerda sobre un abismo.
Un peligroso pasar
al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso
estremecerse y detenerse.
Lo que es grande en
el hombre es que es un puente y no un fin: lo que puede ser amado en el hombre
es que es un tránsito y un ocaso.
Yo amo a quienes no
saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que
pasan al otro lado.
Yo amo a los
grandes despreciadores, pues ellos son los grandes veneradores, y flechas del
anhelo hacia la otra orilla.
Yo amo a quienes,
para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las
estrellas: sino que se sacrifican a la Tierra, para que la Tierra llegue alguna
vez a ser del superhombre.
Yo amo a quien vive
para conocer, y quiere conocer para que alguna vez viva el superhombre. Y
quiere así su propio ocaso.
Yo amo a quien
trabaja e inventa para construirle la casa al superhombre y prepara para él la
tierra, el animal y la planta: pues quiere así su propio ocaso.
Yo amo a quien ama
su virtud: pues la virtud es voluntad de ocaso y una flecha del anhelo.
Yo amo a quien no
reserva para sí ni una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el
espíritu de su virtud: avanza así, como espíritu, sobre el puente.
Yo amo a quien hace
de su virtud su pendiente y su fatalidad: quiere así, por amor a su virtud,
seguir viviendo y no seguir viviendo.
Yo amo a quien no
quiere tener demasiadas virtudes. Una virtud es más virtud que dos, porque es
más un nudo del que pende la fatalidad.
Yo amo a aquel cuya
alma se prodiga, que no quiere recibir agradecimiento ni devuelve nada: pues él
da siempre y no quiere preservarse.
Yo amo a quien se
avergüenza de ver caer el dado en su favor y que pregunta entonces: ¿acaso soy
yo un jugador tramposo? - pues quiere perecer.
Yo amo a quien
lanza palabras de oro delante de sus acciones y cumple siempre más de lo que
promete - pues quiere su ocaso.
Yo amo a quien
justifica a los venideros y redime a los pasados: pues quiere perecer a causa
de los presentes.
Yo amo a quien
castiga a su dios, porque ama a su dios]: pues tiene que
perecer por la cólera de su Dios.
Yo amo a aquel cuya
alma es profunda aun al ser herida, y que puede perecer a causa de una pequeña
vivencia: así pasa de buen grado por el puente.
Yo amo a aquel cuya
alma es rebosante, por lo que se olvida de sí mismo, y todas las cosas están
dentro de él: todas las cosas se convierten así en su ocaso.
Yo amo a quien es
de mente libre y de corazón libre: así su cabeza no es más que las entrañas de
su corazón, pero su corazón lo empuja al ocaso.
Yo amo a todos
aquellos que son como gotas pesadas que caen una a una de la oscura nube que se
suspende sobre los hombres: ellos anuncian que viene el relámpago, y perecen
como anunciadores.
Mirad, yo soy un
anunciador del relámpago, y una gota pesada de la nube: mas ese relámpago se
llama supehombre. –
05
Cuando Zaratustra
hubo dicho estas palabras vio de nuevo a la gente y calló. »Ahí se
hallan«, dijo a su corazón, »ahí se ríen: no me entienden, no soy la boca
para estos oídos[21].
¿Hay que romperles
primero los oídos, para que aprendan a oír con los ojos? ¿Hay que atronar igual
que timbales y predicadores de penitencia? ¿O es que tan sólo creen al que
balbucea?
Tienen algo de lo
que están orgullosos. ¿Cómo llaman a eso que los hace orgullosos? Cultura[22] lo llaman, es
lo que los distingue de los cabreros.
Por esto les
disgusta oír, sobre ellos, la palabra ›desprecio‹. Así pues, voy a hablar a su
orgullo.
Y Zaratustra habló
así al pueblo:
Es tiempo de que el
hombre se fije su meta. Es tiempo de que el hombre plante la semilla de su más
alta esperanza.
Aún es su suelo,
para ello, bastante rico. Mas algún día ese suelo será pobre y manso, y ningún
árbol elevado podrá ya crecer de él.
¡Ay! ¡Llega el
tiempo en que el hombre no lanzará más la flecha de su anhelo más allá del
hombre, y en que la cuerda de su arco habrá olvidado a vibrar!
Yo os digo: hay que
tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina. Yo
os digo: tenéis todavía caos dentro de vosotros.
¡Ay! Llega el
tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. ¡Ay! Llega el tiempo
del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo.
¡Mirad! Yo os
muestro el último hombre.
»¿Qué es amor? ¿Qué
es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?« así pregunta el último
hombre, y parpadea.
La Tierra se ha vuelto
pequeña entonces, y sobre ella da saltos el último hombre, que todo lo
empequeñece. Su especie es indestructible, como el pulgón; el último hombre es
el que más tiempo vive.
»Nosotros hemos
inventado la felicidad« dicen los últimos hombres, y parpadean.
Han abandonado los
lugares donde era duro vivir: pues se necesita calor. Se ama aun al vecino y se
restriega contra él: pues se necesita calor.
Enfermar y
desconfiar – lo consideran pecaminoso: se anda con atención. ¡Un tonto es quien
aún tropieza con piedras o con hombres!
Un poco de veneno
de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para
un morir agradable.
Se trabaja aún,
pues el trabajo es un entretenimiento. Mas se procura que el entretenimiento no
canse.
Ya no se es ni pobre
ni rico: ambas cosas son demasiado molestas. ¿Quién quiere aún gobernar? ¿Quién
aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas.
¡Ningún pastor
y un solo rebaño![24] Todos quieren
lo igual, todos son iguales: el que siente diferente, va voluntariamente al
manicomio.
»Antaño todo el
mundo era maníatico« – dicen los más finos, y parpadean.
Se es inteligente y
se sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de burlarse. Aún se
disputa, mas pronto se reconcilia – de lo contrario, ello estropea el estómago.
Se tiene su pequeño
placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero se honra la salud.
»Nosotros hemos inventado
la felicidad« – dicen los últimos hombres, y parpadean. –
Y aquí acabó el
primer discurso de Zaratustra, llamado también «el prólogo»[25]: pues en este
punto le interrumpió el griterío y el placer de la multitud. «¡Danos ese último
hombre, oh Zaratustra«, – exclamaban – »haz de nosotros esos últimos
hombres! ¡Te damos el suprahombre![26]« Y toda la
gente exultaba y chasqueaba la lengua. Pero Zaratustra se entristeció y dijo a
su corazón:
»No me entienden:
no soy la boca para estos oídos.
Sin duda he vivido
demasiado tiempo en las montañas, he escuchado demasiado a los arroyos y a los
árboles: ahora les hablo igual que los cabreros.
Impasible es mi
alma, y luminosa como las montañas por la mañana. Pero ellos piensan que yo soy
frío, y un burlón de chistes horribles.
Y ahora me miran y
se ríen: y mientras ríen, continúan odiándome. Hay hielo en su reír.«
06
Pero entonces
ocurrió algo que hizo enmudecer todas las bocas y quedar fijos todos los ojos.
Entretanto, en efecto, el equilibrista había empezado con su número: había
salido de una pequeña puerta y caminaba sobre la cuerda, la cual estaba tendida
entre dos torres, colgando sobre el mercado y el pueblo. Mas cuando estaba
justo en la mitad de su camino, la pequeña puerta volvió a abrirse y un
compañero de oficio vestido de muchos colores, igual que un bufón, saltó fuera
y fue con pasos rápidos detrás del primero. »¡Avanza, cojitranco!«, gritó
su terrible voz, »¡avanza, perezoso, impostor, rostro pálido! ¡Que no te
haga yo cosquillas con mi talón! ¿Qué haces aquí entre torres? ¡Dentro de la
torre perteneces, en ella se te debería encerrar, a uno mejor que tú le estás
estorbando el camino!« - Y con cada palabra se le acercaba más y más: pero
cuando estaba ya a un solo paso detrás de él ocurrió aquella cosa espantosa que
hizo enmudecer todas las bocas y quedar fijos todos los ojos - emitió un grito
como un demonio y saltó por encima de quien le obstaculizaba el camino. Mas
éste, cuando vio que su rival lo vencía, perdió la cabeza y el equilibrio;
arrojó su balancín y, más rápido que éste, se precipitó hacia abajo como un
remolino de brazos y de piernas. El mercado y la gente parecían el mar cuando
rompe la tempestad: todos huyeron apartándose y atropellándose, sobre todo allí
donde el cuerpo tenía que estrellarse.
Zaratustra, sin
embargo, se detuvo, y precisamente al lado de él cayó el cuerpo, maltrecho y
quebrantado, pero no muerto todavía. Tras un rato el destrozado recobró la
consciencia y vio a Zaratustra arrodillarse a lado. »¿Qué haces
aquí?« dijo finalmente, »desde hace mucho sabía yo que el diablo me
pondría la pierna. Ahora me arrastra al infierno: ¿Quieres tú impedírselo?«
»Por mi honor,
amigo«, respondió Zaratustra, »todo eso de lo que hablas no existe: no hay
ni diablo ni infierno. Tu alma estará muerta aún más pronto que tu cuerpo[27]: ¡ahora no temas
más!«
El hombre alzó su
mirada con desconfianza. »Si tú dices la verdad«, dijo después, »nada
pierdo perdiendo la vida. No soy mucho más que un animal al que, con golpes y
escasos bocados, se le ha enseñado a bailar.«
»No hables así«,
dijo Zaratustra; »tú has hecho del peligro tu profesión, en ello no hay
nada despreciable. Ahora pereces a causa de tu profesión: por ello voy a
enterrarte con mis manos.«
07
Cuando Zaratustra
hubo dicho esto, el moribundo ya no respondió; pero movió la mano como si
buscase la mano de Zaratustra para darle las gracias. –
Entretanto llegaba
el atardecer, y el mercado se escondía en la oscuridad: la gente se dispersó
entonces, pues incluso la curiosidad y el pavor se cansan. Mas Zaratustra
estaba sentado al lado del muerto en el suelo, sumido en sus pensamientos: así
olvidó el tiempo. Finalmente anocheció, y un viento frió sopló sobre el
solitario. Entonces se levantó Zaratustra y dijo a su corazón:
»¡En verdad, una
hermosa pesca hizo hoy Zaratustra! No ha pescado ni un solo hombre[28], pero sí, en
cambio, un cadáver.
Siniestra es la
existencia humana, y falto aún de sentido: un bufón puede convertirse en su
perdición.
Yo quiero enseñar a
los hombres el sentido de su ser: que es el suprahombre, el relámpago de la
oscura nube que es el hombre.
Pero todavía les
estoy muy lejos, y mi sentido no habla a sus sentidos. Algo intermedio soy
todavía, para los hombres, entre un necio y un cadáver.
Oscura es la noche,
oscuros son los caminos de Zaratustra[29]. ¡Ven, compañero
frío y rígido! Te llevaré adonde voy a enterrarte con mis manos.«
08
Cuando Zaratustra
hubo dicho esto a su corazón, cargó el cadáver sobre sus espaldas y se aperturó
hacia su camino. Y no había recorrido aún cien pasos cuando se le acercó
furtivamente un hombre y comenzó a susurrarle al oído - y he aquí que quien
hablaba era el bufón de la torre. »Vete de esta ciudad, oh Zaratustra«, le
dijo; »aquí son demasiados los que te odian. Te odian los buenos y justo y
te llaman su enemigo y su despreciador; te odian los creyentes de la verdadera
fe, y éstos te llaman el peligro de la muchedumbre. Tu suerte ha estado en que
la gente se rió de ti: y, en verdad, hablabas igual que un bufón. Tu suerte ha
estado en asociarte al perro muerto; al rebajarte así te has salvado a ti mismo
por hoy. Pero vete fuera de esta ciudad - o mañana saltaré por encima de ti, un
vivo por encima de un muerto.« Y cuando hubo dicho esto, el hombre
desapareció; pero Zaratustra continuó su camino por las oscuras callejas.
A la puerta de la
ciudad lo encontraron los sepultureros: éstos le iluminaron con la antorcha el
rostro, reconocieron a Zaratustra, y se burlaron mucho de él. »Zaratustra
se lleva al perro muerto: ¡bravo, Zaratustra se ha hecho sepulturero! Pues
nuestras manos son demasiado limpias para ese asado. ¿Es que Zaratustra quiere
acaso robarle al diablo su bocado? ¡Pues bien! ¡Y buena suerte con la comida!
¡A no ser que el diablo sea mejor ladrón que Zaratustra! – ¡robe a los dos, y
devore a los dos!« Y se reían entre sí, cuchicheando.
Zaratustra no dijo
a ello ni una palabra y siguió su camino. Pero cuando llevaba andando ya dos
horas, al borde de bosques y de ciénagas, había oído demasiado el hambriento
aullido de los lobos, y el hambre también vino a él. Así que se detuvo junto a
una casa solitaria en la cual ardía una luz.
»El hambre me
asalta«, dijo Zaratustra, »como un ladrón. En medio de bosques y de
ciénagas me asalta mi hambre, y en plena noche.
Extraños caprichos
tiene mi hambre. A menudo sólo me viene después de la comida, y hoy no vino en
todo el día: ¿dónde se entretuvo, pues?«
Y mientras decía
esto, Zaratustra llamó a la puerta de la casa. Un hombre viejo apareció; traía
la luz y preguntó: »¿Quién viene a mí y a mi mal dormir?«
»Un vivo y un
muerto«, dijo Zarathustra. »Dame de comer y de beber, he olvidado hacerlo
durante el día. Quien da de comer al hambriento reconforta su propia alma: así
habla la sabiduría.«[31]
El viejo se fue,
pero enseguida volvió y ofreció a Zaratustra pan y vino. »Mal lugar es
éste para hambrientos«, dijo; »por eso habito yo aquí. Animales y hombres
acuden a mí, el eremita. Mas da de comer y de beber también a tu compañero, él
está más cansado que tú.« Zaratustra respondió: »Mi compañero está
muerto, difícilmente le persuadiré para ello.« »Eso a mí no me importa«,
dijo el viejo con hosquedad: »quien llama a mi casa debe tomar también lo
que le ofrezco. ¡Comed y que os vaya bien!« –
A continuación
Zaratustra volvió a caminar durante dos horas, fiándose del camino y de la luz
de las estrellas: pues era un habituado caminante nocturno y le gustaba mirar
en el rostro a todos los durmientes. Mas cuando la mañana comenzó a
despuntar, Zaratustra se encontró en lo profundo del bosque, y ningún camino se
le mostraba ya. Entonces colocó al muerto en un árbol hueco, a la altura de su
cabeza – pues quería protegerlo de los lobos – y se acostó sobre el suelo y el
musgo. Y de inmediato se durmió, cansado de cuerpo, pero con un alma impasible.
09[
Largo tiempo durmió
Zaratustra, y no sólo la aurora pasó sobre su rostro, sino también la mañana.
Mas finalmente sus ojos se abrieron: asombrado miró Zaratustra el bosque y el
silencio, asombrado miró dentro de sí. Entonces se levantó con rapidez, como un
marinero que de pronto ve tierra, y dio gritos de júbilo: pues había visto una
verdad nueva[33], y así habló
entonces a su corazón:
»Una luz despuntó
para mí: compañeros necesito, y vivos – no compañeros muertos y cadáveres que
llevo conmigo adonde quiero.
Sino compañeros
vivos necesito, que me sigan porque quieren seguirse a sí mismos – e ir adonde
yo quiero ir.
Una luz despuntó
para mí: ¡No hablará al pueblo Zaratustra, sino a compañeros! ¡No debe
Zaratustra convertirse en pastor y perro de un rebaño!
Para atraer a
muchos fuera del rebaño – para eso he venido. Se enojarán contra mí pueblo y
rebaño: ladrón va a ser llamado Zaratustra por los pastores.
Digo pastores, pero
ellos se llaman a sí mismos los buenos y justos. Digo pastores: pero ellos se
llaman a sí mismos los creyentes de la verdadera fe.
¡Ved los buenos y
justos! ¿A quién odian más? Al que rompe sus tablas de valores, al
quebrantador, al infractor – pero ése es el creador.
¡Ved los creyentes
de todas las creencias! ¿A quién odian más? Al que rompe sus tablas de valores,
al quebrantador, al infractor – pero ése es el creador.
Compañeros busca el
creador, y no cadáveres, ni tampoco rebaños y creyentes. Compañeros creadores
busca el creador, aquellos que escriban nuevos valores en nuevas tablas.
Compañeros busca el
creador, y compañeros cosechadores: pues todo se halla con él maduro para la
cosecha. Pero le faltan las cien hoces[35]: por ello arranca
las espigas y está contrariado.
Compañeros busca el
creador, y tales que sepan afilar sus hoces. Aniquiladores se los llamará, y
despreciadores del bien y del mal. Pero son los cosechadores y los
celebradores.
Compañeros
creadores busca Zaratustra, compañeros cosechadores y celebradores Zaratustra
busca: ¡qué tiene él que hacer con rebaños y pastores y cadáveres!
Y tú, primer
compañero mío, ¡descansa en paz! Bien te he enterrado en tu árbol hueco, bien
te he escondido de los lobos.
Pero me separo de
ti, el tiempo ha pasado. Entre aurora y aurora una verdad nueva ha venido a mí.
No debo ser pastor
ni sepulturero. Ni volver a hablar quiero con el pueblo. Por última vez he
hablado con un muerto.
A los creadores, a
los cosechadores, a los celebradores me quiero unir: voy a mostrarles el
arcoíris y todas las escaleras del superhombre.
A eremitas cantaré
mi canción, y a eremitas; y a quien todavía tenga oídos para cosas inauditas, a
ése voy a abrumar su corazón con mi felicidad.
Hacia mi meta
quiero ir, yo sigo mi marcha; saltaré por encima de los indecisos y de los
rezagados. ¡Sea así mi marcha el ocaso de ellos!«
10
Esto había hablado
Zaratustra a su corazón cuando el sol se hallaba al mediodía: entonces miró
inquisitivamente hacia la altura – pues había oído por encima de sí el agudo
grito de un pájaro. Y he aquí que un águila cruzaba el aire trazando amplios
círculos y de él colgaba una serpiente, no igual que una presa, sino una amiga:
pues se retenía enroscada a su cuello.[37].
»¡Son mis
animales!« dijo Zaratustra, y se alegró de corazón.
»El animal más
orgulloso bajo el sol y el animal más inteligente bajo el sol – han salido para
explorar el terreno.
Quieren averiguar
si Zaratustra vive todavía. En verdad, ¿vivo yo todavía?
He encontrado más
peligros entre los hombres que entre los animales, peligrosos caminos recorre
Zaratustra. ¡Ojalá mis animales me conduzcan!«
Cuando Zaratustra
hubo dicho esto, se acordó de las palabras del santo en el bosque, suspiró y
habló así a su corazón:
»¡Quisiera yo ser
más inteligente! ¡Quisiera yo ser inteligente de verdad, igual que mi
serpiente!
Pero pido cosas
imposibles: ¡por ello pido a mi orgullo que ande siempre con mi inteligencia!
Y si alguna vez mi
inteligencia me abandona – ¡ay, le encanta irse volando! – ¡ojalá mi orgullo
continúe volando entonces con mi locura!« –
– Así comenzó el ocaso de Zaratustra
Primera
Parte]
De las tres transformaciones
Tres
transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en
camello, y en león el camello, y en niño, al final, el león.
Hay muchas cosas
pesadas para el espíritu, para el espíritu fuerte, de carga, en el que habita
el respeto: cosas pesadas y las más pesadas desea su fortaleza.
¿Qué es pesado?,
así pregunta el espíritu de carga, y baja las rodillas, igual que el camello, y
quiere estar bien cargado.
¿Qué es lo más
pesado, héroes?, así pregunta el espíritu de carga, para que yo lo tome sobre
mí y me alegre de mi fortaleza.
¿Acaso esto no es:
rebajarse para hacer daño a su altivez? ¿Dejar iluminar su locura para burlarse
de su sabiduría?
¿O acaso es:
separarnos de nuestra causa cuando ella celebra su victoria? ¿Subir a altas
montañas para tentar al tentador?[38]
¿O acaso es:
alimentarse de las bellotas y de la hierba del conocimiento y por amor a la
verdad sufrir hambre en el alma?
¿O acaso es: estar
enfermo y enviar a casa a los consoladores, y hacer amistad con sordos, que
jamás oyen lo que tú quieres?
¿O acaso es:
sumergirse en agua sucia cuando ella es el agua de la verdad, y no apartar de
sí las frías ranas y los calientes sapos?
¿O acaso es: amar a
quienes nos desprecian y tender la mano al fantasma cuando quiere
atemorizarnos?
Todas esas cosas,
las más pesadas, toma sobre sí el espíritu de carga: al igual que el camello
que cargado se apresura al desierto, así se apresura él a su desierto.
Pero en lo más
solitario del desierto ocurre la segunda transformación: el espíritu aquí se
convierte en león, quiere atrapar la libertad y ser señor en su propio
desierto.
Aquí busca a su
último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, luchará
por la victoria con el gran dragón.
¿Cuál es el gran
dragón, al que el espíritu no quiere llamar ya señor ni dios? El gran dragón se
llama »Tú debes«. Pero el espíritu del león dice »yo quiero«.
El »Tú debes« le
yace en el camino, como un animal escamoso de áureo fulgor, y sobre cada escama
brilla áureamente »¡Tú Debes!«
Valores milenarios
brillan en esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla
así: »Todo el valor de las cosas – brilla en mí.«
»Todo valor ha sido
ya creado, y todo valor creado – soy yo. ¡En verdad, no debe haber más ningún
›Yo quiero‹!« Así habla el dragón.
Hermanos míos,
¿para qué se requiere del león en el espíritu? ¿No basta el animal de carga,
que renuncia y es respetuoso?
Crear valores
nuevos – tampoco el león es aún capaz de eso: mas crearse libertad para nuevas
creaciones – de eso es capaz el poder del león.
Crearse libertad y
un no santo aun frente al deber: para eso, hermanos míos, se requiere del león.
Tomarse el derecho
de nuevos valores – ése es el tomar más horrible para un espíritu de carga y
respetuoso. En verdad, eso es para él robar, y cosa propia de un animal de
rapiña.
Como su cosa más
santa amó él en otro tiempo el »Tú debes«: ahora tiene que encontrar
ilusión y arbitrariedad incluso en lo más santo, de modo que robe el estar
libre de su amor: para este robo se requiere del león.
Pero decidme,
hermanos míos, ¿de qué es capaz el niño que ni siquiera el león ha podido ser
capaz? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño?
Inocencia es el
niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí
misma, un primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, para el juego
del crear, hermanos míos, se requiere de un santo decir sí: su voluntad
quiere ahora el espíritu, el perdedor del mundo se gana sumundo.
Tres
transformaciones del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió
en camello, y en león el camello, y el león, al final, en niño. –
Así habló
Zaratustra. Y por aquel entonces residía en la ciudad que es llamada: La Vaca
Multicolor[40].
De las cátedras de la virtud
Afamaron a
Zaratustra un sabio que sabía hablar bien del dormir[41] y de la
virtud: él era muy honrado y recompensado por ello, y todos los jóvenes se
sentaban ante su cátedra. A él fue Zaratustra, y junto con todos los jóvenes se
sentó ante su cátedra. Y así habló el sabio:
¡Honor y pudor ante
el dormir! ¡Eso es lo primero! ¡Y salir del camino de todos los que duermen mal
y se desvelan de noche!
Incluso el ladrón siente
pudor ante el dormir: siempre roba en silencio durante la noche. Pero el
vigilante nocturno carece de pudor, sin pudor alguno va con su trompeta.
No es ningún arte
insignificante dormir: hace ya falta, por tanto, estar el día entero desvelado.
Diez veces tienes
que superarte a ti mismo durante el día: esto produce una cansado buena y es
adormidera del alma.
Diez veces tienes
que volver a reconciliarte a ti contigo mismo; pues la superación es amargura,
y mal duerme el no reconciliado.
Diez verdades tienes
que encontrar durante el día; de lo contrario, continúas buscando la verdad por
la noche, y tu alma ha quedado hambrienta.
Diez veces tienes
que reír durante el día, y ser jovial: de lo contrario, te molesta el estómago
en la noche, ese padre de la tribulación.
Pocos saben esto:
pero es necesario tener todas las virtudes para dormir bien. ¿Diré yo falso
testimonio? ¿Cometeré yo adulterio?
¿Me permitiré
apetecer la sierva de mi prójimo? Todo esto se avendría mal con el buen dormir.
Y aunque se tengan
todas las virtudes, se tiene que entender aún de una cosa: de enviar a dormir a
las virtudes mismas en el tiempo justo.
¡Para que no
disputen entre sí las gentiles mujercitas! ¡Y sobre ti, desventurado!
Paz con Dios[43] y con el
vecino: así lo quiere el buen dormir. ¡Y paz incluso con el demonio del vecino!
De lo contrario, rondará en tu casa por la noche.
¡Honor y obediencia
a la autoridad, incluso a la autoridad torcida! [44] ¿Qué puedo yo
hacer si al poder le gusta caminar sobre piernas torcidas?
Para mí el mejor
pastor será siempre aquel que conduce sus ovejas al prado más verde[45]: esto se aviene
con el buen dormir.
No quiero muchos
honores, ni grandes tesoros: eso inflama el bazo. Pero se duerme mal sin un
buen nombre y un pequeño tesoro.
Una compañía escasa
me es más bienvenida que una malvada: pero tiene que venir e irse en el tiempo
justo. Esto se aviene con el buen dormir.
Mucho me complacen
también los pobres de espíritu: fomentan el sueño. Son bienaventurados,
especialmente si se les da siempre la razón[46].
Así transcurre el día
para el virtuoso. ¡Al llegar la noche me guardo bien de llamar al dormir! ¡No
quiere ser llamado el dormir, que es el señor de las virtudes!
Sino que pienso en
lo que yo he hecho y he pensado durante el día. Rumiando me interrogo a mí
mismo, paciente igual que una vaca: ¿cuáles han sido, pues, tus diez
superaciones?
¿Y cuáles han sido
las diez reconciliaciones, y las diez verdades, y las diez carcajadas con que
mi corazón se hizo bien a sí mismo?
Discurriendo estas
cosas, y mecido por cuarenta pensamientos, de repente me asalta el dormir, el
no llamado, el señor de las virtudes.
El dormir llama a
la puerta de mis ojos: entonces se vuelven éstos pesados. El dormir me toca la
boca: entonces queda ésta abierta.
En verdad, sobre
blandas suelas viene a mí él, el más querido de los ladrones, y me roba mis
pensamientos: bobamente me hallo en pie entonces como esta cátedra.
Pero no por mucho
tiempo me hallo en pie: me acuesto ya. –
Mientras Zaratustra
oía hablar así a aquel sabio, se reía en su corazón: pues, entretanto, una luz
le había aparecido. Y habló así a su corazón:
Un necio es para mí
este sabio con sus cuarenta pensamientos: pero yo creo que entiende bien del
dormir.
¡Feliz quien habite
en la cercanía de este sabio! Tal dormir se contagia, aun a través de un espeso
muro se contagia.
Un hechizo habita
también en su cátedra. Y no en vano se han sentado los jóvenes ante el
predicador de la virtud.
Su sabiduría dice:
velar para dormir bien. Y en verdad, si la vida no tuviese ningún sentido y yo
tuviera que elegir un sinsentido, éste sería también para mí el sinsentido más
digno de elegir.
Ahora entiendo
claramente lo que en otro tiempo se buscaba ante todo cuando se buscaban
maestros de virtud. ¡Buen dormir es lo que se buscaba, y, para ello, virtudes
cual floridas adormideras!
Para todos estos
alabados sabios de las cátedras era sabiduría el dormir sin soñar[47]: no conocían mejor
sentido de la vida.
Y todavía hoy hay
algunos como este predicador de la virtud, y no siempre tan honestos: pero su
tiempo ha pasado. Y no por mucho tiempo se hallan en pie aún: se acuestan ya.
Bienaventurados son
estos somnolientos: pues pronto quedarán adormilados. –
Así habló Zaratustra.
De los trasmundano
En otro tiempo
también Zaratustra proyectó su ilusión más allá del hombre, al igual que todos
los trasmundanos. Obra de un dios sufriente y atormentado me parecía entonces
el mundo.
Sueño me parecía
entonces el mundo, e invención poética de un Dios; humo coloreado ante los ojos
de un ser divinamente insatisfecho.
Bien y mal, y
placer y sufrimiento, y yo y tú – humo coloreado me parecía todo eso ante ojos
creadores. El creador quiso apartar la vista de sí mismo, – entonces creó el
mundo.
Un ebrio placer es,
para quien sufre, apartar la vista de su sufrimiento y perderse. Ebrio placer y
un perderse-a-sí-mismo me pareció en otro tiempo el mundo.
Este mundo,
eternamente imperfecto, imagen, e imagen imperfecta, de una contradicción
eterna – un ebrio placer para su imperfecto creador – así me pareció en otro
tiempo el mundo[49].
Y así también yo
proyecté en otro tiempo mi ilusión más allá del hombre, al igual que todos los
trasmundanos. ¿Más allá del hombre, en verdad?
¡Ay, hermanos, ese
dios que yo creé era obra y demencia humana, al igual que todos los dioses!
Hombre era él, y
nada más que un pobre fragmento de hombre y de yo: de la propia ceniza y de la
propia brasa me vino ese fantasma, y, ¡en verdad!, ¡no me vino desde el más
allá!
¿Qué ocurrió,
hermanos míos? Yo me superé a mí mismo, al ser que sufría, yo llevé mi ceniza a
la montaña[50], inventé para mí
una llama más luminosa. ¡Y he aquí que el fantasma se me esfumó!
Sufrimiento sería
ahora para mí, y tormento para el curado, creer en tales fantasmas: sufrimiento
sería ahora para mí, y rebajamiento. Así hablo yo a los trasmundanos.
Sufrimiento fue, e
impotencia, – lo que creó todos los trasmundos; y aquella breve demencia de la
felicidad que sólo experimenta el que más sufre de todos.
Cansado que
con un solo salto quiere llegar a lo último, con un salto
mortal, una pobre cansado ignorante, que ya no quiere ni querer: ella fue la
que creó todos los dioses y todos los trasmundos.
¡Creedme, hermanos
míos! Fue el cuerpo el que desesperó del cuerpo, – con los dedos del espíritu
trastornado palpaba las últimas paredes.
¡Creedme, hermanos
míos! Fue el cuerpo el que desesperó de la tierra, – oyó que el vientre del ser
le hablaba.
Y entonces quiso
atravesar con la cabeza las últimas paredes, y no sólo con la cabeza[51] – quiso pasar
a »aquel mundo«.
Pero »aquel
mundo« está bien oculto del hombre, aquel inhumano mundo deshumanizado,
que es una nada celeste; y el vientre del ser no habla en modo alguno al
hombre, si no es como hombre.
En verdad,
todo »ser« es difícil de demostrar, y difícil resulta hacerlo hablar.
Decidme, hermanos, ¿no es acaso la más extravagante de todas las cosas la mejor
demostrada?
Sí, este yo y la
contradicción y confusión del yo continúan hablando acerca de su ser del modo
más honesto, este yo que crea, que quiere, que valora, y que es la medida y el
valor de las cosas.
Y este ser
honestísimo, el yo – habla del cuerpo, y continúa queriendo el cuerpo, aun
cuando poetice y fantasee y revolotee de un lado para otro con rotas alas.
Cada vez más el yo
aprende a hablar con mayor honestidad: y cuanto más aprende, más palabras y
honores encuentra para el cuerpo y la tierra.
Un nuevo orgullo me
ha enseñado mi yo, el cual enseño a los hombres: ¡a no meter más la cabeza en
la arena por las cosas celestes, sino a llevarla libremente, una cabeza
terrena, la cual crea el sentido de la tierra!
Una nueva voluntad
enseño yo a los hombres: ¡querer ese camino que el hombre ha recorrido a
ciegas, y llamarlo bueno y ya no salirse furtivamente de él, al igual que los
enfermos y moribundos!
Enfermos y
moribundos eran los que despreciaron el cuerpo y la tierra y los que inventaron
las cosas celestes y las gotas de sangre redentoras[52]: ¡pero incluso
estos dulces y sombríos venenos los tomaron del cuerpo y de la tierra!
De su miseria
querían fugarse, y las estrellas les parecían demasiado distantes. Entonces
suspiraron: »¡Oh, si hubiese caminos celestes para deslizarse furtivamente
en otro ser y en otra felicidad!« – ¡entonces se inventaron sus
furtividades y sus brebajillos de sangre![53]
De su cuerpo y de
esta tierra se imaginaron entonces estar sustraídos, estos ingratos. Sin
embargo, ¿a quién debían la convulsión y la delicia de su éxtasis? A su cuerpo
y a esta tierra.
Suave es Zaratustra
con los enfermos. En verdad, no se enoja con sus tipos de consuelo y de
ingratitud. ¡Ojalá se transformen en convalecientes y en superadores, y se
creen un cuerpo superior!
Tampoco se enoja
Zaratustra con el convaleciente si éste mira con delicadeza hacia su ilusión y
a medianoche se desliza furtivamente en torno a la tumba de su dios: mas
enfermedad y cuerpo enfermo siguen siendo para mí también sus lágrimas.
Mucha gente
enfermiza ha habido siempre entre quienes poetizan y tienen la manía de los
dioses; odian con furia al hombre del conocimiento y a aquella virtud, la más
joven de todas, que se llama: honestidad.
Vuelven siempre la
vista hacia tiempos oscuros: entonces, ciertamente, ilusión y fe eran cosas
diferentes; el delirio de la razón era semejanza a Dios, y la duda, pecado.
Demasiado bien
conozco a estos hombres semejantes a Dios: quieren que se crea en ellos, y que
la duda sea pecado. Demasiado bien sé igualmente qué es aquello en lo que más creen
ellos mismos.
En verdad, no en
trasmundos ni en gotas de sangre redentora: sino que es en el cuerpo en lo que
más creen, y su propio cuerpo es para ellos su cosa en sí[54].
Pero cosa enfermiza
le es para ellos: y con gusto quisieran salir de la piel. Por eso escuchan a
los predicadores de la muerte, y ellos mismos predican trasmundos.
Mejor oídme,
hermanos míos, la voz del cuerpo sano: es ésta una voz más honesta y más pura.
Con más honestidad
y con más pureza habla el cuerpo sano, el perfecto y cuadrado[55]: y habla del
sentido de la tierra.
Así habló Zaratustra.
De los despreciadores del cuerpo
A los
despreciadores del cuerpo quiero decirles mi palabra. No deben aprender ni
enseñar otras doctrinas, sino tan sólo decir adiós a su propio cuerpo – y así
enmudecer.
»Cuerpo soy yo y
alma« – así habla el niño. ¿Y por qué no hablar como los niños?
Pero el despierto,
el sapiente, dice: cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa; y alma es
sólo una palabra para algo en el cuerpo.
El cuerpo es una
gran razón, una pluralidad con un único sentido, una guerra y
una paz, un rebaño y un pasto.
Instrumento de tu
cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, a la que
llamas »espíritu«, un pequeño instrumento- y juguete de tu gran razón.
Dices »yo« y
te enorgulleces de esta palabra. Pero más grande que esto, aunque no lo creas –
es el cuerpo y su gran razón: que no dice yo, pero obra yo.
Lo que el sentido
siente, lo que el espíritu conoce, eso jamás tiene dentro de sí su final. Pero
sentido y espíritu quisieran persuadirte de que ellos son el final de todas las
cosas: tan vanidosos son.
Instrumentos y
juguetes son el sentido y el espíritu: tras ellos se encuentra todavía el
sí-mismo. El sí-mismo busca también con los ojos de los sentidos, escucha
también con los oídos del espíritu.
El sí-mismo escucha
siempre y busca siempre: compara, domeña, conquista, destruye. Domina y es el
dominador también del yo.
Detrás de tus
pensamientos y sentimientos, hermano mío, se halla un amo poderoso, un sabio
desconocido – se llama sí-mismo. En tu cuerpo habita, es tu cuerpo.
Hay más razón en tu
cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe para qué necesita tu cuerpo
precisamente tu mejor sabiduría?
Tu sí-mismo se ríe
de tu yo y de sus orgullosos saltos. »¿Qué son para mí esos saltos y esos
vuelos del pensamiento?«, se dice. »Un rodeo hacia mi fin. Yo soy las
andaderas del yo y el apuntador de sus conceptos.«
El sí-mismo dice al
yo: »¡siente dolor aquí!« Y entonces éste sufre y piensa en cómo
dejar de sufrir – y justo para ello debe pensar.
El sí-mismo dice al
yo: »¡siente placer aquí!« Entonces éste se alegra y piensa en cómo
continuar alegrándose a menudo – y justo para ello debo pensar.
A los
despreciadores del cuerpo quiero decirles una palabra. Su despreciar constituye
su apreciar. ¿Qué es lo que creó el apreciar y el despreciar y el valor y la
voluntad?
El sí-mismo creador
se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el placer y el
dolor. El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una mano de su
voluntad.
Incluso en vuestra
locura y en vuestro desprecio, despreciadores del cuerpo, servís a vuestro
sí-mismo. Yo os digo: también vuestro sí-mismo quiere morir y se desiste de la
vida.
Ya no es capaz de
lo que más quiere – crear algo por encima de sí. Eso es lo que más quiere, ése
es todo su fervor.
Sin embargo, ya le
es demasiado tarde para eso – por ello vuestro sí-mismo quiere hundirse en su
ocaso, despreciadores del cuerpo.
¡Hundirse en su
ocaso quiere vuestro sí-mismo, y por ello os convertisteis vosotros en
despreciadores del cuerpo! Pues ya no sois capaces de crear por encima de
vosotros.
Y por eso os
enojáis ahora contra la vida y contra la tierra. Una inconsciente envidia hay
en la oblicua mirada de vuestro desprecio.
¡Yo no voy por
vuestro camino, despreciadores del cuerpo! ¡Vosotros no sois para mí puentes
hacia el superhombre! –
Así habló Zaratustra.
De las alegrías y de las pasiones
Hermano mío, si
tienes una virtud, y esa virtud es la tuya, entonces no la tienes en común con
nadie.
Ciertamente, tú
quieres llamarla por su nombre y acariciarla; quieres tirarle de la oreja y
divertirte con ella.
¡Y he aquí que
tienes su nombre en común con el pueblo y que, con tu virtud, te has convertido
en pueblo y en rebaño!
Harías mejor en
decir: »inexpresable y sin nombre es aquello que constituye el tormento y
la dulzura de mi alma, y que es incluso el hambre de mis entrañas.«
Sea tu virtud
demasiado alta para la familiaridad de los nombres: y si tienes que hablar de
ella, no te avergüences de balbucear al hacerlo.
Habla y balbucea
así: »Éste es mi bien, esto es lo que yo amo, así me
complace del todo, únicamente así quiero yo el bien.
No lo quiero como
ley de un Dios, no lo quiero como precepto y forzosidad de los hombres: no sea
para mí una guía hacia supra-tierras y paraísos.
Una virtud terrena
es la que yo amo: en ella hay poca inteligencia, y menos la razón de todos.
Pero ese pájaro ha
construido en mí su nido: por ello lo amo y lo aprieto contra mi pecho, – ahora
incuba en mí sus áureos huevos.»
Así debes balbucir
y alabar tu virtud.
En otro tiempo
tenías pasiones y las llamabas malvadas. Pero ahora no tienes más que tus
virtudes: crecieron de tus pasiones.
Colocaste tu meta
suprema en el corazón de aquellas pasiones: entonces se convirtieron en tus
virtudes y alegrías.
Y aunque fueses de
la especie de los coléricos o de la de los voluptuosos, o de los fanáticos de
su fe o de los vengativos:
Al final todas tus
pasiones se convirtieron en virtudes y todos tus demonios en ángeles.
En otro tiempo
tenías perros salvajes en tu mazmorra: pero al final se transformaron en
pájaros y en amables cantoras.
De tus venenos te
extrajiste tu bálsamo; a tu vaca Tribulación ordeñaste – ahora bebes la dulce
leche de sus ubres.
Y nada malvado
crece ya de ti en el futuro, excepto el mal que crece de la lucha de tus
virtudes.
Hermano mío, si
eres afortunado tienes una sola virtud, y nada más: así pasas
con mayor ligereza el puente.
Es distintivo tener
muchas virtudes, pero una pesada suerte; y más de uno se fue al desierto y se
mató porque estaba cansado de ser batalla y campo de batalla de virtudes.
Hermano mío, ¿son
males la guerra y la batalla? Pero ese mal es necesario, necesarios son la
envidia y la desconfianza y la calumnia entre tus virtudes.
Mira cómo cada una
de tus virtudes está codiciosa de lo más alto de todo: quiere todo tu espíritu,
para que éste sea su heraldo, quiere toda tu fuerza en la
cólera, en el odio y en el amor.
Celosa está cada
virtud de la otra, y cosa horrible son los celos. También las virtudes pueden
perecer de celos.
A quien la llama de
los celos lo circunda, vuelve al final contra sí mismo, igual que al escorpión,
el aguijón envenenado.
Ay, hermano mío,
¿no has visto nunca todavía a una virtud calumniarse y acuchillarse a sí misma?
El hombre es algo
que tiene que ser superado: y por ello tienes que amar tus virtudes – pues
perecerás a causa de ellas. –
Así habló Zaratustra.
Del pálido delincuente
¿Vosotros no
queréis matar, jueces y sacrificadores, hasta que el animal haya inclinado la
cabeza? Mirad, el pálido delincuente ha inclinado la cabeza: en sus ojos habla
el gran desprecio.
»Mi yo es algo que
debe ser superado: mi yo es para mí el gran desprecio del hombre«: así dicen
esos ojos.
El haberse juzgado
a sí mismo constituyó su instante supremo: ¡no dejéis al sublime volver a caer
en su bajeza!
No hay redención
alguna para quien sufre tanto de sí mismo, excepto la muerte rápida.
Vuestro matar,
jueces, debe ser compasión y no venganza. ¡Y mientras matáis, cuidad de que
vosotros mismos justifiquéis la vida!
No basta con que os
reconciliéis con aquel a quien matáis. Vuestra tristeza sea amor al superhombre:
¡así justificáis vuestro seguir viviendo!
»Enemigo« debéis
decir, pero no »malvado«; »enfermo« debéis decir, pero
no »infame«; »tonto« debéis decir, pero no »pecador«.
Y tú, rojo juez, si
dijeses en voz alta todo lo que has hecho con el pensamiento: todo el mundo
gritaría: »¡Fuera esa inmundicia y ese gusano venenoso!«
Pero una cosa es el
pensamiento, otra la acción, y otra la imagen de la acción. La rueda del motivo
no gira entre ellas.
Una imagen puso
pálido a ese pálido hombre. En igual altura él estaba de su acción cuando la
actuó: mas no soportó su imagen cuando estuvo hecha.
Siempre se vio,
desde entonces, como autor de una sola acción. Demencia llamo
yo a eso: la excepción se le invirtió a la esencia.
La raya hechiza a
la gallina; el golpe que él condujo hechizó su pobre razón - demencia después de
la acción llamo yo a eso.
¡Oíd, jueces!
Existe todavía otra demencia: la de antes de la acción. ¡Ay,
no me os habéis arrastrado bastante profundamente en esa alma!
Así habla el rojo
juez: »¿por qué este delincuente asesinó? Quería robar.« Mas yo os
digo: su alma quería sangre, no robo: ¡él estaba sediento de la felicidad del
cuchillo!
Pero su pobre razón
no comprendía esa demencia y le persuadió. »¡Qué importa la
sangre!« dijo; »¿no quieres al menos cometer también un robo? ¿Tomar
una venganza?«
Y él escuchó a su
pobre razón: como plomo pesaba el discurso de ella sobre él, – entonces robó,
al asesinar. No quería avergonzarse de su demencia.
Y ahora una vez más
yace el plomo de su culpa sobre él, y una vez más su pobre razón está igual de
rígida, igual de paralizada, igual de pesada.
Si sólo pudiera
sacudir la cabeza, su peso rodaría abajo: mas ¿quién sacude esa cabeza?
¿Qué es ese hombre?
Un montón de enfermedades, que a través del espíritu se propagan en el mundo:
allí quieren hacer su botín.
¿Qué es ese hombre?
Una maraña de serpientes salvajes, que rara vez tienen paz entre sí, – entonces
cada una se va por su lado, buscando botín en el mundo.
¡Mirad ese pobre
cuerpo! Lo que él sufría y codiciaba, lo interpretaba para sí esa pobre alma, –
lo interpretaba como placer asesino y como ansia de la felicidad del cuchillo.
A quien ahora se
enferma lo asalta el mal, lo que ahora es mal: él quiere hacer daño con aquello
que a él le hace daño. Pero ha habido otros tiempos, y otros males y bienes.
En otro tiempo eran
un mal la duda y la voluntad de sí-mismo. Entonces el enfermo se convertía en
hereje y en bruja: como hereje y como bruja sufría y quería hacer sufrir.
Pero esto no quiere
entrar en vuestros oídos: perjudica a vuestros buenos, me decís. ¡Mas qué me
importan a mí vuestros buenos!
Muchas cosas de
vuestros buenos me producen náuseas, y, en verdad, no su mal. ¡Pues yo quisiera
que tuvieran una demencia por la cual pereciesen, al igual que ese pálido
delincuente!
En verdad, yo
quisiera que su demencia se llamase verdad o fidelidad o justicia: pero ellos
tienen su virtud para vivir mucho tiempo y en un lamentable bienestar.
Yo soy un pretil
junto a la corriente[60]: ¡agárreme el que
pueda agarrarme! Pero vuestra muleta no soy. –
Así habló Zaratustra.
Del leer y el escribir
De todo lo escrito
yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe con sangre: y te
darás cuenta de que la sangre es espíritu.
No es asunto fácil
el entender la sangre ajena: yo odio a los ociosos que leen.
Quien conoce al
lector no hace ya nada por el lector. Un siglo de lectores todavía – y hasta el
espíritu olerá mal.
El que a todo el
mundo le sea lícito aprender a leer corrompe a la larga no sólo el escribir,
sino también el pensar.
En otro tiempo el
espíritu era Dios[61], luego se
convirtió en hombre, y ahora se convierte incluso en plebe.
En las montañas el
camino más corto es de cumbre a cumbre: mas para ello tienes que tener piernas
largas. Las sentencias deben ser cumbres: y aquellos a quienes se habla,
hombres grandes y robustos.
El aire ligero y
puro, el peligro cercano y el espíritu lleno de una alegre maldad: estas cosas
se avienen bien.
Quiero tener
duendes a mi alrededor, pues soy valeroso. El valor que espanta los fantasmas
se crea sus propios duendes, – el valor quiere reír.
Yo ya no tengo
sentimientos en común con vosotros: esa nube que veo por debajo de mí, esa
negrura y pesadez de que me río – precisamente ésa es vuestra nube tormentosa.
Vosotros miráis
hacia arriba cuando deseáis elevación. Y yo miro hacia abajo, porque estoy
elevado.
¿Quién de vosotros
puede a la vez reír y estar elevado?
Quien asciende a
las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, de las del teatro y de
las de la vida.
Valerosos,
despreocupados, irónicos, violentos – así nos quiere la sabiduría: es una mujer
y ama siempre únicamente a un guerrero[64].
Vosotros me
decís: »la vida es pesada de llevar.« Mas ¿para qué tendríais por las
mañanas vuestro orgullo y por las tardes vuestra resignación?
La vida es pesada
de llevar: ¡pero no me os pongáis tan delicados! Todos nosotros somos bonitos
borricos y pollinas de carga.
¿Qué tenemos
nosotros en común con el capullo de la rosa, que tiembla porque yace sobre su
cuerpo una gota de rocío?
Siempre hay algo de
demencia en el amor. Pero siempre hay también algo de razón en la demencia.
Y también a mí, que
soy bueno con la vida, me parece que las mariposas y las burbujas de jabón y lo
que es de su tipo entre los hombres, saben más de felicidad.
Ver revolotear esas
almitas ligeras, locas, gráciles, volubles – eso seduce a Zaratustra a lágrimas
y canciones.
Yo sólo creería en
un dios que supiese bailar.
Y cuando vi a mi
demonio lo encontré serio, grave, profundo, solemne: era el espíritu de la
pesadez – por él caen todas las cosas.
He aprendido a
caminar: desde entonces me dedico a correr. He aprendido a volar: desde
entonces no quiero ser empujado para moverme de un sitio.
Ahora soy ligero,
ahora vuelo, ahora me veo a mí mismo por debajo de mí, ahora un dios baila por
medio de mí.
Así habló Zaratustra.
Del árbol en la montaña
El ojo de
Zaratustra había visto que un joven lo evitaba. Y cuando una tarde caminaba
solo por las montañas que rodean la ciudad llamada »La Vaca Multicolor«:
he aquí que encontró en su camino a aquel joven, sentado junto a un árbol en el
que se apoyaba y mirando al valle con mirada cansada. Zaratustra agarró el
árbol junto al cual estaba sentado el joven y habló así:
»Si yo quisiera
sacudir este árbol con mis manos, no sería capaz.
Pero el viento, que
nosotros no vemos, lo maltrata y lo dobla hacia donde quiere. Manos invisibles
son las que peor nos doblan y maltratan[71].«
Entonces el joven
se levantó consternado y dijo: »Oigo a Zaratustra, y justo pensaba en él.«
Zaratustra replicó:
»¿Cómo es que te
espantas por eso? – Por otra parte, es con el hombre como con el árbol.
Cuanto más quiere
elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus
raíces hacia la tierra, hacia abajo, a lo oscuro, lo profundo, – al mal.«
»¡Sí, al
mal!« exclamó el joven. »¿Cómo es posible que tú hayas descubierto mi
alma?«
Zaratustra sonrió y
dijo: »A ciertas almas no se las descubrirá nunca a no ser que antes se
las invente.«
»¡Sí, al
mal!« volvió a exclamar el joven.
»Tú has dicho la
verdad, Zaratustra. Ya no confío en mí mismo desde que quiero subir a la
altura, y ya nadie confía en mí, – ¿cómo, pues, ocurre esto?
Me transformo
demasiado rápido: mi hoy refuta a mi ayer. A menudo salto los escalones cuando
subo, – esto no me lo perdona ningún escalón.
Cuando estoy
arriba, siempre me encuentro solo. Nadie habla conmigo, lo helado de la soledad
me hace temblar. ¿Qué es, pues, lo que quiero yo en la altura?
Mi desprecio y mi
anhelo crecen juntos; cuanto más alto subo, tanto más desprecio al que sube.
¿Qué es, pues, lo que quiere éste en la altura?
¡Cómo me avergüenzo
de mi subir y tropezar! ¡Cómo me burlo de mi violento jadear! ¡Cómo odio al que
vuela! ¡Qué cansado estoy en la altura!«
Aquí el joven
calló. Y Zaratustra contempló el árbol junto al que se hallaban y habló así:
»Este árbol se
halla solitario aquí en la montaña; ha crecido muy por encima del hombre y del
animal.
Y si quisiese
hablar, no tendría a nadie que lo comprendiese: tan alto ha crecido.
Ahora él aguarda y
aguarda – ¿a qué aguarda, pues? Habita demasiado cerca del asiento de las
nubes: ¿acaso aguarda el primer relámpago?«[72]
Cuando Zaratustra
hubo dicho esto el joven exclamó con ademanes violentos: »Sí, Zaratustra,
tú dices verdad. Mi caída yo deseaba cuando yo quería subir a la altura, ¡y tú
eres el relámpago por el que yo aguardaba! Mira, ¿qué soy yo desde que tú nos
has aparecido? ¡La envidia de ti es lo que me ha
destruido!« – Así dijo el joven, y lloró amargamente[73]. Mas Zaratustra lo
rodeó con su brazo y se lo llevó consigo.
Y cuando habían
caminado un rato juntos, Zaratustra comenzó a hablar así:
Mi corazón está
desgarrado. Mejor que tus palabras es tu ojo el que me dice todo el peligro que
corres.
Todavía no eres
libre, todavía buscas la libertad. Tu búsqueda te ha vuelto
insomne y te ha desvelado demasiado.
Quieres subir a la
altura libre, tu alma tiene sed de estrellas. Pero también tus malos instintos
tienen sed de libertad.
Tus perros salvajes
quieren libertad; ladran de placer en su cueva cuando tu espíritu se propone
soltar todas las prisiones[74].
Para mí eres
todavía un prisionero que se imagina la libertad: ay, se torna inteligente el
alma de tales prisioneros, pero también astuta y mala.
El liberado del
espíritu tiene que purificarse todavía. Muchos restos de prisión y de moho
quedan aún en él: su ojo tiene que volverse todavía puro.
Sí, yo conozco tu
peligro. Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes tu amor y tu
esperanza!
Aún te sientes
noble, y aún te sienten noble también los otros, que te detestan y te dirigen
miradas malvadas. Sabe que a todos un noble se halla en su camino.
También a los
buenos un noble se halla en su camino: y aunque lo llamen bueno, con ello lo
que quieren es apartarlo a un lado.
El noble quiere
crear lo nuevo, y una nueva virtud. El bueno quiere lo viejo, y que lo viejo se
conserve.
Pero no es el
peligro del noble que se vuelva bueno, sino un fresco, un burlón, un
aniquilador.
Ay, yo he conocido
nobles que perdieron su más alta esperanza. Y desde entonces calumniaron todas
las esperanzas elevadas.
Desde entonces
vivieron frescamente en medio de breves placeres, y apenas se trazaron metas de
más de un día.
»El espíritu es
también voluptuosidad« – así dijeron. Entonces se le quebraron las alas a
su espíritu: éste se arrastra ahora de un sitio para otro y ensucia todo lo que
roe.
En otro tiempo
pensaron convertirse en héroes: ahora son libertinos. Pesadumbre y horror es
para ellos el héroe.
Mas por mi amor y
mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Retén santa
tu más alta esperanza! –
Así habló Zaratustra.
De los predicadores de la muerte
Hay predicadores de
la muerte: y la tierra está llena de aquellos para los que el desistimiento de
la vida tiene que ser predicado.
Llena está la
tierra de superfluos, corrompida está la vida por los demasiados. ¡Ojalá
alguien los atraiga con la »vida eterna« fuera de esta vida!
»Amarillos«: así se
llama a los predicadores de la muerte, o »negros«. Pero yo quiero
mostrároslos todavía con otros colores.
Ahí están los seres
terribles, que llevan dentro de sí el animal de presa y no pueden elegir más
que o placeres o autolaceración. E incluso sus placeres continúan siendo
autolaceración.
Aún no han llegado
ni siquiera a ser hombres, esos seres terribles: ¡ojalá prediquen el
desistimiento de la vida y ellos mismos se larguen![76]
Ahí están los
tuberculosos del alma: apenas han nacido y ya han comenzado a morir, y anhelan
doctrinas de cansedad y de renuncia.
¡Querrían con gusto
estar muertos, y nosotros deberíamos aprobar su voluntad! ¡Guardémonos de
resucitar a esos muertos y de lastimar a esos ataúdes vivientes!
Si encuentran un
enfermo, o un anciano, o un cadáver, enseguida dicen: »¡la vida está
refutada!«
Pero sólo están
refutados ellos, y sus ojos, que no ven más que un solo rostro en la
existencia.
Envueltos en espesa
melancolía, y ansiosos por los pequeños incidentes que traen la muerte: así
aguardan, y con los dientes apretados.
O bien: cogen las
confituras y, al hacerlo, se burlan de su niñería: penden de esa caña de paja que
es su vida y se burlan de continuar pendiendo de una caña de paja[77].
Su sabiduría
dice: »¡Un tonto es quien sigue viviendo, mas nosotros somos así de
tontos! ¡Y justo esto es la cosa más tonta en la vida!« –
»La vida sólo es
sufrimiento«- así dicen otros, y no mienten: ¡así, pues, procurad que vosotros acaben!
¡Así, pues, procurad que esa vida acabe, la cual sólo es sufrimiento!
Y diga así la
enseñanza de vuestra virtud: »¡Tú debes matarte a ti mismo! ¡Tú debes
quitarte de en medio a ti mismo!« –
»La voluptuosidad
es pecado« – así dicen los unos, que predican la muerte
– »¡apartémonos y no engendremos hijos!«
»Dar nacimiento es
arduo« – dicen los otros – »¿para qué seguir dando nacimiento? ¡Se da
nacimiento sólo infelices!« Y también éstos son predicadores de la muerte.
»Compasión es lo
que hace falta« – así dicen los terceros. »¡Tomad lo que yo tengo!
¡Tomad lo que yo soy! ¡Así menos me atará la vida!«
Si fueran
compasivos de verdad, quitarían a sus prójimos el gusto de la vida. Ser
malvados – ésa sería su verdadera bondad.
Pero ellos quieren
librarse de la vida: ¡qué les importa el que, con sus cadenas y sus regalos,
aten a otros más fuertemente todavía! –
Y también vosotros,
para quienes la vida es trabajo salvaje e inquietud: ¿no estáis muy cansados de
la vida? ¿No estáis muy maduros para la predicación de la muerte?
Todos vosotros que
amáis el trabajo salvaje y lo rápido, nuevo, extraño – os soportáis mal a
vosotros mismos, vuestra diligencia es huida y voluntad de olvidarse a sí
mismo.
Si creyeseis más en
la vida, os lanzaríais menos al instante. ¡Pero no tenéis para el aguardar
bastante contenido en vosotros – y ni siquiera para la pereza!
Por todas partes
resuena la voz de quienes predican la muerte: y la tierra está llena de
aquellos para los que la muerte tiene que ser predicada.
O »la vida
eterna«: para mí es igual, – ¡con tal de que se larguen pronto a ella!
Así habló Zaratustra.
De la guerra y el pueblo guerrero
No queremos ser
tratados con indulgencia por nuestros mejores enemigos, ni tampoco por aquellos
a quienes amamos a fondo. ¡Así pues, dejadme que os diga la verdad!
¡Hermanos míos en
la guerra! Yo os amo a fondo, yo soy y he sido vuestro igual. Y soy también
vuestro mayor enemigo. ¡Así pues, dejadme que os diga la verdad!
Yo sé del odio y de
la envidia de vuestro corazón. No sois bastante grandes para no conocer odio y
envidia. ¡Así pues, sed bastante grandes para no avergonzaros de ellos!
Y si no podéis ser
santos del conocimiento, sédme al menos sus guerreros. Éstos son los compañeros
y los precursores de tal santidad.
Veo muchos
soldados: ¡lo que yo quisiera ver es muchos guerreros! »Uni-forme« se
llama lo que llevan puesto: ¡ojalá no sea uni-formidad lo que con ello
encubren!
Me debéis ser de
aquellos cuyos ojos buscan siempre a un enemigo – a vuestro enemigo.
Y en algunos de vosotros hay un odio a primera vista.
¡Debéis buscar
vuestro enemigo, debéis conducir vuestra guerra, y por vuestros pensamientos!
¡Y si vuestro pensamiento sucumbe, vuestra honestidad debe gritar triunfo por
ello!
A vosotros no os
aconsejo el trabajo, sino la lucha. A vosotros no os aconsejo la paz, sino la
victoria. ¡Sea vuestro trabajo una lucha, sea vuestra paz una victoria!
Sólo se puede
callar y estar tranquilo cuando se tiene una flecha y un arco: de lo contrario,
se parlotea y se disputa. ¡Sea vuestra paz una victoria!
¿Vosotros decís que
la buena causa es la que santifica incluso la guerra? Yo os digo: la buena
guerra es la que santifica toda causa.
La guerra y el
valor han hecho cosas más grandes que el amor al prójimo. No vuestra compasión,
sino vuestra valentía es la que ha salvado hasta ahora a los infortunados.
»¿Qué es
bueno?« preguntáis. Ser valiente es bueno[80]. Dejad que las
niñas pequeñas digan: »ser bueno es ser bonito y a la vez conmovedor.«
Se os llama
carentes de corazón: pero vuestro corazón es auténtico, y yo amo el pudor de
vuestra cordialidad. Vosotros os avergonzáis de vuestra pleamar, y otros se
avergüenzan de su bajamar.
¿Sois feos? ¡Pues
bien, hermanos míos! ¡Tomaos lo sublime en torno vuestro, que es el manto de lo
feo!
Y si vuestra alma
se vuelve grande, se vuelve altanera, y en vuestra sublimidad hay maldad. Yo os
conozco.
En la maldad el
altanero se encuentra con el debilucho. Pero se malentienden el uno al otro. Yo
os conozco.
Sólo os es lícito
tener enemigos que haya que odiar, pero no enemigos para despreciar. Es
necesario que estéis orgullosos de vuestro enemigo: entonces los éxitos de él
son también vuestros éxitos.
Rebelión – ésa es
la nobleza en el esclavo. ¡Sea vuestra nobleza obediencia! ¡Sea vuestro mandar
mismo un obedecer!
A un buen guerrero
le suena »tú debes« más agradable que »yo quiero«[82]. Y a todo lo que
os es amado debéis dejarle que primero os mande.
¡Sea vuestro amor a
la vida amor a vuestra esperanza más alta: y sea vuestra esperanza más alta el
pensamiento más alto de la vida!
Pero vuestro
pensamiento más alto debéis dejar mandároslo por mí – y dice así: el hombre es
algo que debe ser superado.
¡Vivid, pues,
vuestra vida de obediencia y de guerra! ¡Qué importa una vida larga! ¡Qué
guerrero quiere ser tratado con indulgencia!
¡Yo no os trato con
indulgencia, yo os amo a fondo, hermanos míos en la guerra! –
Así habló Zaratustra.
Del nuevo ídolo
En algún lugar
existen todavía pueblos y rebaños, pero no entre nosotros, hermanos míos: aquí
hay Estados.
¿Estado? ¿Qué es
eso? ¡Bien! Abridme ahora los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la
muerte de los pueblos.
Fríamente miente
también; y esta mentira sale reptando de su boca: »Yo, el Estado, soy el
pueblo.«
¡Es mentira!
Creadores fueron quienes crearon los pueblos y suspendieron encima de ellos una
fe y un amor: así sirvieron a la vida.
Aniquiladores son
quienes erigen trampas para muchos y las llaman Estado: éstos suspenden encima
de ellos una espada y cien apetitos sensuales.
Donde aún hay pueblo,
éste no entiende al Estado y lo odia cual mal de ojo y pecado contra las
costumbres y los derechos.
Esta señal os doy:
cada pueblo habla su lengua propia del bien y del mal: el vecino no la
entiende. Se ha inventado su lenguaje propio en costumbres y derechos.
Pero el Estado
miente en todas las lenguas del bien y del mal; y diga lo que diga, miente – y
posea lo que posea, lo ha robado.
Falso es todo en
él; con dientes robados muerde, ese mordedor. Falsas son incluso sus entrañas.
Confusión de
lenguas del bien y del mal: esta señal os doy como señal del Estado. ¡En
verdad, voluntad de muerte es lo que esa señal indica! ¡En verdad, hace señas a
los predicadores de la muerte!
Nacen demasiados:
¡para los superfluos fue inventado el Estado!
¡Miradme cómo atrae
a los demasiados! ¡Cómo los devora y los masca y los rumia!
»En la tierra no
hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios« –
así ruge el monstruo. ¡Y no sólo los de orejas largas y vista corta se postran
de rodillas!
¡Ay, también en
vosotros, los de alma grande, susurra él sus sombrías mentiras! ¡Ay, él adivina
los corazones ricos, que gustan de prodigarse!
¡Sí, también os
adivina a vosotros, los vencedores del viejo Dios! ¡Os habéis cansado en la
lucha, y ahora vuestra cansedad continúa sirviendo al nuevo ídolo!
¡Héroes y hombres
de honor quisiera erigir en torno a sí el nuevo ídolo! ¡Gusta de calentarse al
sol de buenas conciencias - ese frió monstruo!
Todo quiere dároslo
a vosotros el nuevo ídolo, si vosotros lo
adoráis[85]: así él se compra
el brillo de vuestra virtud y la mirada de vuestros ojos orgullosos.
¡Con vosotros
quiere pescar a los demasiados! ¡Sí, un artificio infernal ha sido inventado
aquí, un caballo de la muerte, que tintinea con el atavío de honores divinos!
Sí, aquí ha sido
inventada una muerte para muchos, la cual se precia a sí misma de ser vida: ¡en
verdad, un servicio íntimo para todos los predicadores de la muerte!
Estado llamo yo en
donde todos, buenos y malos, son bebedores de venenos: Estado, en donde todos,
buenos y malos, se pierden a sí mismos: Estado, donde el lento suicidio de
todos – se llama »la vida«.
¡Miradme a esos
superfluos! Roban para sí las obras de los inventores y los tesoros de los
sabios: cultura llaman a su latrocinio – ¡y todo se convierte para ellos en
enfermedad y molestia!
¡Miradme a esos
superfluos! Enfermos están siempre, vomitan su bilis y lo llaman periódico[86]. Se tragan entre
sí y ni siquiera pueden digerirse.
¡Miradme a esos
superfluos! Adquieren riquezas y con ello se vuelven más pobres. Quieren poder
y, en primer lugar, la palanqueta del poder, mucho dinero, – ¡esos insolventes!
¡Miradlos trepar,
esos ágiles monos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango
y a la profundidad.
Todos quieren
llegar al trono: ésa es su demencia – ¡como si la felicidad se asentara en el
trono! A menudo es el fango el que se sienta en el trono -y también a menudo el
trono se sienta en el fango.
Dementes son para
mí todos ellos, y monos trepadores y fanáticos. Mal me huele su ídolo, el frío
monstruo: mal me huelen todos ellos juntos, esos idólatras.
Hermanos míos, ¿es
que queréis asfixiaros con el aliento de sus hocicos y de sus sensuales
apetitos? ¡Es mejor que rompáis las ventanas y saltéis al aire libre!
¡Salíos del camino
del mal olor! ¡Alejaos de la idolatría de los superfluos!
¡Salíos del camino
del mal olor! ¡Alejaos del humo de esos sacrificios humanos!
Libre se halla aún,
incluso ahora, para las almas grandes, la tierra. Vacíos están aún muchos
lugares para eremitas solitarios o en pareja, en torno a los cuales sopla el
perfume de mares silenciosos.
Libre aún se halla,
para las almas grandes, una vida libre. En verdad, quien poco posee, tanto
menos es poseído: ¡alabada sea la pequeña pobreza![87]
Allí donde acaba el
Estado, allí comienza el hombre que no es superfluo: allí comienza la canción
del necesario, la melodía única e insustituible.
Allí donde acaba el
Estado, – ¡miradme allí, hermanos míos! ¿No veis el arco iris y los puentes del
superhombre? –
Así habló Zaratustra.
De las moscas del mercado
¡Huye, amigo mío, a
tu soledad! Ensordecido te veo por el ruido de los grandes hombres, y
acribillado por los aguijones de los pequeños.
El bosque y la roca
saben callar dignamente contigo. Vuelve a ser igual que el árbol al que amas,
el de amplias ramas: silencioso y atento pende sobre el mar.
Donde acaba la
soledad, allí comienza el mercado; y donde comienza el mercado, allí comienzan
también el ruido de los grandes comediantes y el zumbido de las moscas
venenosas.
En el mundo incluso
las mejores cosas no valen nada sin que alguien primero las represente: grandes
hombres llama el pueblo a esos representantes.
El pueblo comprende
poco lo grande, esto es: lo creador. Pero tiene sentidos para todos los
representantes y comediantes de grandes cosas.
En torno a los
inventores de nuevos valores gira el mundo – invisiblemente gira. Pero en torno
a los comediantes giran el pueblo y la fama: así es el correr del mundo.
Espíritu tiene el
comediante, pero poca conciencia de espíritu. Cree siempre en aquello con lo
que él más fuertemente hace creer – ¡creer en él!
Mañana tendrá una
nueva fe, y pasado mañana, otra más nueva. Veloces sentidos tiene, igual que el
pueblo, y premoniciones cambiantes.
Derribar – eso
significa para él: demostrar. Volver loco a uno – eso significa para él:
convencer. Y la sangre es para él el mejor de todos los argumentos[88].
A una verdad que
sólo se escurre en oídos finos la llama mentira y nada. ¡En verdad, sólo cree
en dioses que hagan gran ruido en el mundo!
Lleno de bufones
solemnes está el mercado – ¡y el pueblo se afama de sus grandes hombres! Éstos
son para él los señores del momento.
Pero el momento los
apremia: así ellos te apremian a ti. Y también de ti quieren ellos un sí o un
no. ¡Ay!, ¿quieres entre un pro y un contra poner tu silla?
¡Por esos
incondicionales y apremiantes no tengas celos, amante de la verdad! Jamás se ha
colgado la verdad del brazo de un incondicional.
Por esas gentes
súbitas, regresa a tu seguridad: sólo en el mercado se es asaltado con un ¿sí o
no?
Lenta es la
vivencia de todos los pozos profundos: tienen que aguardar largo tiempo hasta
saber qué fue lo que cayó en su profundidad.
Fuera del mercado y
de la fama acontece todo lo grande: fuera del mercado y de la fama han habitado
desde siempre los inventores de nuevos valores.
Huye, amigo mío, a
tu soledad: te veo acribillado por moscas venenosas. ¡Huye allí donde sopla un
viento áspero, fuerte!
¡Huye a tu soledad!
Has vivido demasiado cerca de los pequeños y mezquinos. ¡Huye de su venganza
invisible! Contra ti no son más que venganza.
¡Deja de levantar
tu brazo contra ellos! Son innumerables, y no es tu destino el ser
espantamoscas.
Innumerables son
esos pequeños y mezquinos; y a más de un edificio orgulloso han conseguido
derribarlo ya las gotas de lluvia y los yerbajos.
No eres ninguna
piedra, pero has sido ya excavado por las muchas gotas. Acabarás por
resquebrajárteme y por rompérteme en pedazos por las muchas gotas.
Cansado te veo por
moscas venenosas, con sangrientos rasguños te veo en cien sitios; y tu orgullo
no quiere ni siquiera enojarse.
Sangre quisieran
ellas de ti con toda inocencia, sangre es lo que codician sus exangües almas –
y por ello pican con toda inocencia.
Mas tú, profundo,
sufres demasiado profundamente incluso por pequeñas heridas; y antes de que te
hayas curado, se arrastraba el mismo gusano venenoso por tu mano.
Demasiado orgulloso
me pareces para matar a esos golosos. ¡Pero guárdate de que no se convierta en
tu fatalidad el sobrellevar toda su venenosa injusticia!
Ellos zumban a tu
alrededor también con su alabanza: impertinencia es su alabanza[89]. Quieren la
cercanía de tu piel y de tu sangre.
Te halagan como a
un dios o a un demonio; lloriquean delante de ti como delante de un dios o de
un demonio. ¡Qué importa! Son halagadores y llorones, y nada más.
También se te dan a
menudo como amables. Pero ésa fue siempre la inteligencia de los cobardes. ¡Sí,
los cobardes son inteligentes!
Ellos piensan mucho
sobre ti con su alma estrecha, – ¡preocupante les eres siempre! Todo lo que
mucho se reflexiona se vuelve preocupante.
Ellos te castigan
por todas tus virtudes. Sólo te perdonan de verdad – tus fallos.
Como tú eres suave
y de sentir justo, dices: »Ellos no tienen la culpa de su pequeña
existencia.« Mas su estrecha alma piensa: »Culpable es toda gran
existencia.«
Aunque eres suave
con ellos, se sienten, sin embargo, despreciados por ti; y te devuelven tus
bondades con daños encubiertos.
Tu orgullo sin
palabras repugna siempre a su gusto; se alborozan cuando alguna vez eres
bastante modesto para ser vanidoso.
Lo que nosotros
reconocemos en un hombre, eso lo inflamamos también en él. Por ello ¡guárdate
de los pequeños!
Ante ti ellos se
sienten pequeños, y su bajedad quema y arde contra ti en invisible venganza.
¿No has notado cómo
a menudo enmudecían cuando tú te acercabas a ellos, y cómo su fuerza se les iba
cual humo de un fuego que se extingue?
Sí, amigo mío, la
conciencia malvada eres tú para tus prójimos: pues ellos son indignos de ti.
Por eso te odian y chuparían con gusto tu sangre.
Tus prójimos serán
siempre moscas venenosas; lo que en ti es grande – eso mismo tiene que hacerlos
más venenosos y siempre más moscas.
Huye, amigo mío, a
tu soledad y allí donde sopla un viento áspero, fuerte. No es tu destino el ser
espantamoscas. –
Así habló Zaratustra.
De la castidad
Yo amo el bosque.
En las ciudades se vive mal: allí hay demasiados fogosos.
¿No es mejor caer
en las manos de un asesino que en los sueños de una mujer fogosa?
Y miradme esos
hombres: sus ojos lo dicen – no conocen nada mejor en la tierra que yacer con
una mujer.
Fango hay en el
fondo de su alma; ¡y ay si su fango tiene además espíritu!
¡Si al menos como animales
fueran perfectos! Mas al animal le pertenece la inocencia.
¿Os aconsejo yo
matar vuestros sentidos? Yo os aconsejo la inocencia de los sentidos.
¿Os aconsejo yo la
castidad? La castidad es en algunos una virtud, pero en muchos es casi un
vicio.
Éstos sin duda se
contienen: mas la perra Sensualidad mira con envidia desde todo lo que hacen.
Incluso en las
alturas de su virtud y hasta en la frialdad del espíritu los sigue ese bicho
con su insatisfacción.
¡Y con qué gentiles
modales sabe mendigar la perra Sensualidad un pedazo de espíritu cuando se le
deniega un pedazo de carne!
¿Vosotros amáis las
tragedias y todo lo que rompe el corazón? Mas yo desconfío de vuestra perra.
Vosotros tenéis
para mí ojos demasiado crueles, y miráis con lascivia a los que yacen en pasión[90] ¿Es que
vuestra voluptuosidad no ha hecho más que disfrazarse, y se llama compasión?
Y también os doy
esta parábola: no pocos que quisieron expulsar a su demonio fueron a parar
ellos mismos dentro de los cerdos[91].
A quien la castidad
le resulte dificil se le debe desaconsejar: para que no se convierta ella en el
camino hacia el infierno – es decir, hacia el fango y la fogosidad del alma[92].
¿Hablo yo de cosas
sucias? Para mí no es esto lo peor.
No cuando la verdad
es sucia, sino cuando es somera le disgusta al hombre del conocimiento
sumergirse en sus aguas.
En verdad, hay
personas castas de raíz: son más suaves de corazón, ríen mejor y con más frecuencia
que vosotros.
Se ríen incluso de
la castidad y preguntan: »¡Qué es castidad!
¿No es la castidad
una locura? Pero esa locura ha venido a nosotros, y no nosotros a ella.
Hemos ofrecido
albergue y corazón a ese huésped: ahora habita en nosotros, – ¡puede quedarse
el tiempo que quiera!«
Así habló Zaratustra.
Del amigo
»Uno siempre a mi
alrededor es demasiado« – así piensa el eremita. »Siempre uno por uno
– ¡da a la larga dos!«
Yo y mí están
siempre dialogando con demasiada vehemencia: ¿cómo soportarlo si no hubiese un
amigo?
Para el eremita el
amigo es siempre el tercero: el tercero es el corcho que impide que el diálogo
de los dos se hunda en la profundidad.
Ay, existen
demasiadas profundidades para todos los eremitas. Por ello anhelan un amigo y
su altura.
Nuestra fe en otros
delata lo que quisiéramos creer de nosotros mismos. Nuestro anhelo de un amigo
es nuestro delator.
Y a menudo con el
amor no se quiere más que saltar por encima de la envidia. Y a menudo se ataca
y se crea un enemigo para ocultar que se es vulnerable.
»¡Sé al menos mi
enemigo!« – así habla el verdadero respeto, que no se atreve a pedir
amistad.
Si se quiere tener
un amigo hay que querer también conducir una guerra por él: y para conducir una
guerra hay que poder ser enemigo.
Se debe en el amigo
honrar incluso al enemigo. ¿Puedes tú acercarte mucho a tu amigo sin pasarte a
su bando?
En el amigo se debe
tener el mejor enemigo. Debes estarle lo más próximo con el corazón cuando le
opones resistencia.
¿No quieres llevar
vestido alguno delante de tu amigo? ¿Debe ser un honor para tu amigo el que te
ofrezcas a él tal como eres? ¡Pero él te manda por esto al diablo!
El que no se
recata, indigna: ¡tanta razón tenéis para temer la desnudez! ¡Sí, si fueseis
dioses, entonces os sería lícito avergonzaros de vuestros vestidos![93]
No te puedes
adornar bastante bien para tu amigo: pues debes ser para él una flecha y un
anhelo hacia el superhombre.
¿Has visto ya
dormir a tu amigo – para que te dieras cuenta de cómo se ve?[94] ¿Pues qué es,
por lo demás, el rostro de tu amigo? Es tu propio rostro, en un espejo áspero e
imperfecto.
¿Has visto ya
dormir a tu amigo? ¿No te espantaste de que tu amigo se viera así? Oh, amigo
mío, el hombre es algo que tiene que ser superado.
En el adivinar y en
el permanecer callado debe ser maestro el amigo: tú no tienes que querer ver
todo. Tu sueño debe revelarte lo que tu amigo hace en la vigilia.
Un adivinar sea tu
compasión: para que sepas primero si tu amigo quiere compasión. Tal vez él ame
en ti los ojos firmes y la mirada de la eternidad.
La compasión con el
amigo escóndase bajo una dura cáscara, debes dejarte un diente en ésta. Así
tendrá su fineza y dulzura.
¿Eres tú aire puro,
y soledad, y pan, y medicina para tu amigo? Más de uno no puede soltar sus
propias cadenas y es, sin embargo, un redentor para el amigo.
¿Eres un esclavo?
Entonces no puedes ser amigo. ¿Eres un tirano? Entonces no puedes tener amigos[95].
Por demasiado
tiempo en la mujer estuvo encubierto un esclavo y un tirano. Por ello la mujer
no es todavía capaz de amistad: sólo conoce el amor.
En el amor de la
mujer hay injusticia y ceguera frente a todo lo que ella no ama. Y hasta en el
amor sapiente de la mujer continúa habiendo asalto y relámpago y noche al lado
de la luz.
Todavía la mujer no
es capaz de amistad: gatas continúan siendo las mujeres, y pájaros. O, en el
mejor de los casos, vacas.
Todavía la mujer no
es capaz de amistad. Pero decidme, varones, ¿quién de vosotros es capaz de
amistad?
¡Cuánta pobreza,
varones, y cuánta avaricia la de vuestra alma! Lo que vosotros dais al amigo,
eso quiero darlo yo incluso a mi enemigo, y no por eso me habré vuelto más
pobre.
Existe la
camaradería: ¡ojalá exista la amistad!
Así habló Zaratustra.
De las mil metas y de la única meta
Muchos países ha
visto Zaratustra, y muchos pueblos: así ha descubierto el bien y el mal de
muchos pueblos. Ningún poder mayor ha encontrado Zaratustra en la tierra que
las palabras bueno y malvado.
No podría vivir
ningún pueblo que primero no valorase; mas si quiere conservarse, no le es
lícito valorar como valora el vecino.
Muchas cosas que
este pueblo llamó buenas, aquel otro llamó afrenta y vergüenza: esto es lo que
yo he encontrado. Muchas cosas encontré llamadas aquí malvadas y allí adornadas
con honores de púrpura.
Nunca un vecino ha
entendido al otro: siempre su alma se asombraba de la demencia y de la maldad
del vecino.
Una tabla de
valores está suspendida sobre cada pueblo. Mira, es la tabla de sus
superaciones; mira, es la voz de su voluntad de poder[97].
Alabable es aquello
que le es difícil; a lo indispensable y difícil lo llama bueno; y a lo que
libera incluso de la suprema necesidad, a lo más raro, a lo más difícil, – a
eso lo ensalza como santo.
Lo que hace que él
domine y venza y brille, para horror y envidia de su vecino: eso es para él lo
elevado, lo primero, la medida, el sentido de todas las cosas.
En verdad, hermano
mío, si has conocido primero la necesidad y la tierra y el cielo y el vecino de
un pueblo: adivinarás sin duda la ley de sus superaciones y la razón de que
suba por esa escalera hacia su esperanza.
»Siempre debes ser
tú el primero y aventajar a los otros[98]: tu alma celosa no
debe amar a nadie, excepto al amigo» – esto hacía temblar el alma de un griego:
y con ello siguió la senda de su grandeza.
»Decir la verdad y
manejar bien el arco y la flecha« – esto le parecía precioso y a la vez
difícil a aquel pueblo[99] del que
proviene mi nombre – el nombre que es para mí a la vez precioso y difícil.
»Honrar padre y
madre y ser dóciles para con ellos hasta la raíz del alma«: ésta fue la tabla
de la superación que otro pueblo suspendió por encima de sí, y con ello se hizo
poderoso y eterno[100].
»Practicar
fidelidad y por amor a la fidelidad poner el honor y la sangre aun por causas
malvadas y peligrosas«: con esta enseñanza se domeñó a sí mismo otro pueblo[101] y domeñándose
así quedó grávido y pesado de grandes esperanzas.
En verdad, los
hombres se han dado a sí mismos todo su bien y mal. En verdad, no lo tomaron, no
lo encontraron, no les cayó como una voz del cielo.
Valores colocó
primero el hombre en las cosas, para conservarse - ¡él creó primero el sentido
de las cosas, un sentido de hombres! Por ello se llama »hombre«, es decir:
el valorizador[102].
Valorar es crear:
¡oídlo, creadores! El valorar mismo es el tesoro y la joya de todas las cosas
valoradas.
Sólo por el valorar
existe el valor: y sin el valorar estaría vacía la nuez de la existencia.
¡Oídlo, creadores!
Cambio de los
valores – es cambio de los creadores. Siempre aniquila el que tiene que ser un
creador.
Creadores fueron
primero los pueblos, y sólo más tarde los individuos; en verdad, el individuo
mismo es todavía la más reciente creación.
Los pueblos
suspendieron en otro tiempo por encima de sí una tabla del bien. El amor que
quiere dominar y el amor que quiere obedecer crearon juntos para sí tales
tablas.
El placer de ser
rebaño es más antiguo que el placer de ser un yo: y mientras la buena
conciencia se llame rebaño, sólo la mala conciencia dice: yo.
En verdad, el yo
astuto, el carente de amor, el que busca su utilidad en la utilidad de muchos:
ése no es el origen del rebaño, sino su ocaso.
Amantes fueron siempre,
y creadores, los que crearon el bien y el mal. Fuego de amor arde en los
nombres de todas las virtudes, y fuego de cólera.
Muchos países ha
visto Zaratustra, y muchos pueblos: ningún poder mayor ha encontrado Zaratustra
en la tierra que las obras de los
amantes: »bueno« y »malvado« es el nombre de tales obras.
En verdad, un
monstruo es el poder de ese alabar y censurar. Decidme, hermanos míos, ¿quién
me lo domeña? Decidme, ¿quién lanza el grillete sobre las mil cervices de ese
animal?
Mil metas ha habido
hasta ahora, pues mil pueblos ha habido. Sólo falta el grillete de las mil
cervices, falta la única meta. Todavía no tiene la humanidad
meta alguna.
Mas decidme,
hermanos míos: si a la humanidad le falta todavía la meta, ¿no falta todavía
también – ella misma? –
Así habló Zaratustra.
Del amor al prójimo
Vosotros os
apretujáis alrededor del prójimo y tenéis hermosas palabras para ello. Pero yo
os digo: vuestro amor al prójimo es vuestro mal amor a vosotros mismos.
Huis hacia el
prójimo huyendo de vosotros mismos, y quisierais hacer de eso una virtud: pero
yo veo a través de vuestro »desinterés«.
El tú es más
antiguo que el yo; el tú ha sido santificado, pero el yo, todavía no: por eso
se apretuja el hombre hacia el prójimo.
¿Os aconsejo yo el
amor al prójimo? ¡Mejor aún, os aconsejo la huida del prójimo y el amor al
lejano![103]
Más elevado que el
amor al prójimo es el amor al lejano y al venidero; más elevado aun que el amor
a los hombres es el amor a las cosas y a los fantasmas.
Ese fantasma que
corre delante de ti, hermano mío, es más hermoso que tú; ¿por qué no le das tu
carne y tus huesos? Pero tú te atemorizas y corres hacia tu prójimo.
No os soportáis a
vosotros mismos y no os amáis bastante: por eso queréis seducir al prójimo al
amor, y doraros a vosotros con su error.
Yo quisiera que no
soportaseis a ninguna clase de prójimo ni a sus vecinos; así tendríais que
crear, desde vosotros mismos, vuestro amigo y su corazón exuberante.
Invitáis a un
testigo cuando queréis hablar bien de vosotros; y cuando lo habéis seducido a
pensar bien de vosotros, también vosotros mismos pensáis bien de vosotros.
No miente tan sólo
aquel que habla en contra de lo que sabe, sino ante todo aquel que habla en
contra de lo que no sabe. Y así habláis de vosotros en sociedad, y, junto con
vosotros, mentís al vecino.
Así habla el
necio: »el trato con hombres estropea el carácter, especialmente si no se
tiene ninguno.«
El uno va al
prójimo porque se busca a sí mismo, y el otro, porque quisiera perderse.
Vuestro mal amor a vosotros mismos es lo que os hace de la soledad una prisión.
Los más
lejanos son los que pagan vuestro amor al prójimo; y cuando ya os juntáis
cinco, siempre tiene que morir un sexto.
Yo no amo tampoco
vuestras fiestas: demasiados comediantes he encontrado en ellas, y también los
espectadores se comportaban a menudo igual que comediantes.
Yo no os enseño el
prójimo, sino el amigo. Sea el amigo para vosotros la fiesta de la tierra y un
presentimiento del superahombre.
Yo os enseño el
amigo y su corazón rebosante. Pero hay que saber ser una esponja si se quiere
ser amado por corazones rebosantes.
Yo os enseño el
amigo en el que el mundo se encuentra terminado, una copa del bien, – el amigo
creador, que siempre tiene un mundo terminado que regalar.
Y así como el mundo
se desplegó para él, así volverá a plegársele en anillos, como el devenir del
bien a través del mal, como el devenir de las finalidades a partir del azar.
El futuro y lo
lejano sean para ti la causa de tu hoy: en tu amigo debes amar al superhombre
como causa de ti.
Hermanos míos, yo
no os aconsejo el amor al prójimo: yo os aconsejo el amor al lejano.
Así habló Zaratustra.
Del camino del creador
¿Quieres, hermano
mío, aislarte? ¿Quieres buscar el camino a ti mismo? Detente un poco y
escúchame.
»El que busca,
fácilmente se pierde a sí mismo. Todo aislarse es culpa«: así habla el rebaño.
Y tú has formado parte del rebaño durante mucho tiempo.
La voz del rebaño
continuará resonando dentro de ti. Y cuando digas »yo ya no tengo una conciencia
en común con vosotros«, eso será un lamento y un dolor.
Mira, aquella
conciencia única dio a luz también ese dolor: y el último
resplandor de aquella conciencia continúa ardiendo sobre tu tribulación.
Pero ¿tú quieres
recorrer el camino de tu tribulación, que es el camino a ti mismo? ¡Muéstrame
entonces tu derecho y tu fuerza para ello!
¿Eres tú una nueva
fuerza y un nuevo derecho? ¿Un primer movimiento? ¿Una rueda que se mueve por
sí misma?[106] ¿Puedes
obligar incluso a las estrellas a que giren a tu alrededor?
¡Ay, existe tanta
lascivia por las alturas! ¡Existen tantas convulsiones de los ambiciosos!
¡Muéstrame que tú no eres de los lascivos y ambiciosos!
Ay, existen tantos
grandes pensamientos que no hacen más que lo que un fuelle: inflan y se hacen
más vacíos.
¿Te llamas libre?
Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has escapado de un yugo.
¿Eres tú alguien al
que le sea lícito escapar de un yugo? Más de uno hay que
arrojó su último valor cuando arrojó su servidumbre.
¿Libre de qué? ¡Qué
importa eso a Zaratustra! Con claridad me deben anunciar tus ojos: ¿libre para
qué?
¿Puedes darte a ti
mismo tu bien y tu mal y suspender tu voluntad por encima de ti como una ley?
¿Puedes ser juez para ti mismo y vengador de tu ley?
Es horrible estar
solo con el juez y vengador de la propia ley. Así es lanzada una estrella al
espacio vacío y al soplo helado del estar solo.
Hoy sufres todavía
a causa de los muchos, tú que eres uno solo: hoy tienes todavía todo tu valor y
todas tus esperanzas.
Mas alguna vez la
soledad te hará cansar, alguna vez tu orgullo se curvará y tu valor rechinará
los dientes. Alguna vez gritarás »¡estoy solo!«
Alguna vez dejarás
de ver tu altura y verás demasiado cerca tu bajeza; tu sublimidad misma te atemorizará
como un fantasma. Alguna vez gritarás: »¡Todo es falso!«[107]
Hay sentimientos
que quieren matar al solitario; ¡si no lo consiguen, entonces tienen ellos
mismos que morir! Mas ¿eres tú capaz de ser asesino?
¿Conoces ya,
hermano mío, la palabra »desprecio«? ¿Y el tormento de tu justicia, de ser
justo con quienes te desprecian?
Tú obligas a muchos
a cambiar de doctrina acerca de ti; esto te lo hacen pagar caro. Te acercaste a
ellos y pasaste de largo: esto jamás te lo perdonan.
Tú caminas por
encima de ellos: pero cuanto más alto subes, tanto más pequeño te ven los ojos
de la envidia. El más odiado de todos es, sin embargo, el que vuela.
»¡Cómo querríais
ser justos conmigo!« – tienes que decir – »yo elijo para mí vuestra
injusticia como la parte que me ha sido asignada.«
Injusticia y
suciedad lanzan ellos al solitario: pero, hermano mío, si quieres ser una
estrella, ¡no tienes que iluminarlos menos por eso!
¡Y guárdate de los
buenos y justos! Con gusto crucifican a quienes se inventan su propia virtud –
odian al solitario.
¡Guárdate también
de la santa simplicidad![109] A ella le es
insanto todo lo que no es simple; también le gusta jugar con el fuego – de la
hoguera.
¡Y guárdate también
de los impulsos de tu amor! Demasiado rápido extiende el solitario la mano a
aquel con quien se encuentra.
A ciertos hombres
no te es lícito darles la mano, sino sólo la pata: y yo quiero que tu pata
también tenga garras.
Pero el peor
enemigo con que puedes encontrarte serás siempre tú mismo; a ti mismo te
acechas tú en las cavernas y en los bosques.
¡Solitario, tú
recorres el camino a ti mismo! ¡Y al lado de ti mismo conduce tu camino, y de
tus siete demonios!
Un hereje serás
para ti mismo, y una bruja y un hechicero y un necio y un escéptico y un impío
y un malvado.
Tienes que querer
quemarte a ti mismo en tu propia llama: ¡cómo te renovarías si no eres
convertido primero en ceniza!
Solitario, tú
recorres el camino del creador: ¡un Dios quieres crearte con tus siete
demonios!
Solitario, tú
recorres el camino del amante: te amas a ti mismo y por ello te desprecias como
sólo los amantes saben despreciar.
¡El amante quiere
crear porque desprecia! ¡Qué sabe del amor el que no tuvo que despreciar
precisamente aquello que amaba!
Con tu amor
aíslate, y con tu crear, hermano mío, y sólo más tarde te seguirá la justicia
cojeando.
Con mis lágrimas
aíslate, hermano mío. Yo amo a quien quiere crear por encima de sí mismo y por
ello perece. –
Así habló Zaratustra.
De viejecillas y de jovencillas
»¿Por qué te
deslizas furtiva y tan esquivamente en el crepúsculo, Zaratustra? ¿Y qué
escondes cautelosamente bajo tu manto?
¿Es un tesoro que
se te ha dado? ¿O un niño que te ha nacido? ¿O es que tú mismo sigues ahora los
caminos de los ladrones, tú amigo de los malvados?« –
¡En verdad, hermano
mío!, dijo Zaratustra, es un tesoro que me fue dado: es una pequeña verdad lo
que llevo.
Pero es revoltosa
como un niño pequeño; y si no le retengo la boca, grita a voz en cuello.
Cuando hoy recorría
solo mi camino, a la hora en que el sol se pone, me encontré con una
viejecilla, la cual habló así a mi alma:
»Muchas cosas nos
ha hablado Zaratustra también a nosotras las mujeres, pero nunca nos ha hablado
sobre la mujer.«
Y yo le
repliqué: »Sobre la mujer se debe decir tan sólo a varones.«
»Háblame a mí
también de la mujer«, dijo ella; »soy bastante vieja para enseguida volver
a olvidarlo.«
Y yo accedí al
ruego de la viejecilla y le hablé así:
Todo en la mujer es
un enigma, y todo en la mujer tiene una única solución: se
llama embarazo.
El varón es para la
mujer un medio: la finalidad es siempre el hijo. ¿Pero qué es la mujer para el
varón?
Dos cosas quiere el
varón auténtico: peligro y juego. Por ello quiere él a la mujer, cual juguete
más peligroso.
El varón debe ser
educado para la guerra, y la mujer, para la recreación del guerrero: todo lo
demás es locura.
Frutos demasiado
dulces – no le gustan al guerrero. Por ello le gusta la mujer: amarga es
incluso la más dulce de las mujeres.
La mujer entiende a
los niños mejor que un varón, pero el varón es más niño que la mujer.
En el varón
auténtico está encubierto un niño: éste quiere jugar. ¡Adelante, mujeres,
descubrídme el niño en el varón!
Sea un juguete la
mujer, puro y fino, al igual que la piedra preciosa, irradiado por las virtudes
de un mundo que todavía no existe.
¡Brille en vuestro
amor el rayo de una estrella! Diga vuestra esperanza: ¡ojalá diese a nacer yo
el suprahombre!
¡Esté la valentía
en vuestro amor! ¡Con vuestro amor debéis abalanzaros sobre aquel que os
infunde miedo!
¡Esté vuestro honor
en vuestro amor! Por lo demás, la mujer entiende poco de honor. Pero sea éste
vuestro honor: amar siempre más de lo que seáis amadas, y nunca ser las
segundas.
Tema el varón a la
mujer cuando ésta ama: entonces realiza ella todos los sacrificios, y todo lo
demás lo considera falto de valor.
Tema el varón a la
mujer cuando ésta odia: pues el varón es en el fondo del alma tan sólo malvado,
pero la mujer es allí mala.
¿A quién odia más
la mujer? – Así habló el hierro al imán: »A ti es a lo que más odio,
porque atraes, pero no eres bastante fuerte para retener«.
La felicidad del
varón se llama: yo quiero. La felicidad de la mujer se llama: él quiere.
»¡Mira, justo ahora
se ha vuelto perfecto el mundo!« – así piensa toda mujer cuando obedece
desde la plenitud del amor.
Tiene que obedecer
la mujer y encontrar una profundidad para su superficie. Superficie es el ánimo
de la mujer, una voluble piel tempestuosa sobre someras aguas.
Pero el ánimo del
varón es profundo, su corriente ruge en cavernas subterráneas: la mujer
presiente su fuerza, mas no la comprende. –
Entonces me replicó
la viejecilla: »Muchas gentilezas ha dicho Zaratustra, y sobre todo para
quienes son bastante jóvenes para ellas.
¡Es extraño,
Zaratustra conoce poco a las mujeres, y, sin embargo, tiene razón sobre ellas!
¿Ocurre esto acaso porque para la mujer nada es imposible?[111]
¡Y ahora toma, en
agradecimiento, una pequeña verdad! ¡Yo soy bastante vieja para ella!
Tápala y reténle la
boca: de lo contrario grita a voz en cuello esta pequeña verdad.«
»¡Dame, mujer, tu
pequeña verdad!«, dije yo. Y así habló la viejecilla:
»¿Vas hacia mujeres?
¡No olvides el látigo!« –
Así habló Zaratustra.
De la mordedura de la víbora
Un día se había
quedado Zaratustra dormido debajo de una higuera, pues hacía calor, y había
puesto sus brazos sobre el rostro. Entonces vino una víbora y le mordió en el
cuello, de modo que Zaratustra se levantó a gritos.
Del hijo y del matrimonio
De la muerte libre
De la virtud que da
1
2
3
Segunda
Parte
Tercera
Parte
Cuarta
Parte]
El signo
A la mañana después
de aquella noche, Zaratustra se levantó de su lecho, se ciñó los riñones[113] y salió de su
caverna, ardiente y fuerte como un sol matinal que viene de oscuras montañas.
»Tú gran astro«,
dijo, como había dicho en otro tiempo[114], »profundo
ojo de felicidad, ¡qué sería de toda tu felicidad si no tuvieras a aquellos a
quienes iluminas!
Y si ellos
permaneciesen en sus aposentos mientras tú estás ya despierto y vienes y
regalas y repartes: ¡cómo se enojaría contra esto tu orgulloso pudor!
¡Bien!, ellos
duermen todavía, esos hombres superiores, mientras que yo estoy
despierto: ¡ésos no son mis adecuados compañeros de viaje! No es a
ellos a quienes yo aguardo aquí en mis montañas.
A mi obra quiero
ir, a mi día: mas ellos no comprenden cuáles son los signos de mi mañana, mis
pasos – no son para ellos un toque de diana.
Ellos duermen
todavía en mi caverna, sus sueños continúan bebiendo de mis cantos de
embriaguez. El oído que me escuche a mí, – el oído obediente
falta en sus miembros.«
– Esto había dicho
Zaratustra a su corazón mientras el sol se elevaba: entonces se puso a mirar
inquisitivamente hacia la altura, pues había oído por encima de sí el agudo
grito de su águila. »¡Bien!« exclamó hacia arriba, »así me gusta
y me conviene. Mis animales están despiertos, pues yo estoy despierto.
Mi águila está
despierta y honra, igual que yo, al sol. Con garras de águila aferra la nueva
luz. Vosotros sois mis animales adecuados; yo os amo.
¡Pero todavía me
faltan mis hombres adecuados!« –
Así habló
Zaratustra; y entonces ocurrió que de repente se sintió como rodeado por
bandadas y revoloteos de innumerables pájaros – el rumor de tantas alas y el
tropel en torno a su cabeza eran tan grandes que cerró los ojos. Y, en verdad,
sobre él había caído algo semejante a una nube, semejante a una nube de flechas
que se descarga sobre un nuevo enemigo. Pero he aquí que se trataba de una nube
de amor, y caía sobre un nuevo amigo.
»¿Qué me ocurre?«,
pensó Zaratustra en su asombrado corazón, y lentamente se dejó caer sobre la
gran piedra que se hallaba junto a la salida de su caverna. Pero mientras movía
las manos a su alrededor y encima y debajo de sí, y se defendía de los
cariñosos pájaros, he aquí que le ocurrió algo aún más raro: su mano se posó,
en efecto de manera imprevista sobre una espesa y cálida melena y al mismo
tiempo resonó delante de él un rugido, - un suave y prolongado rugido de león.
»El signo llega«,
dijo Zaratustra, y su corazón se transformó. Y, en verdad, cuando se hizo
claridad delante de él vio que a sus pies yacía un amarillo y poderoso animal,
el cual estrechaba su cabeza entre sus rodillas y no quería apartarse de él a
causa de su amor, y actuaba igual que un perro que vuelve a encontrar a su
viejo dueño. Mas las palomas no eran menos vehementes en su amor que el león; y
cada vez que una paloma se deslizaba sobre la nariz del león, el león sacudía
la cabeza y se maravillaba y reía de ello.
A todos ellos
Zaratustra les dijo tan sólo una única frase: »mis hijos están cerca,
mis hijos« –, entonces enmudeció del todo. Mas su corazón estaba
aliviado y de sus ojos goteaban lágrimas y caían en sus manos. Y no prestaba ya
atención a ninguna cosa, y estaba allí sentado, inmóvil y sin defenderse ya de
los animales. Entonces las palomas se pusieron a volar de un lado para otro y
se le posaban sobre los hombros y acariciaban su blanco cabello y no se
cansaban de su cariño y su júbilo. El fuerte león, en cambio, lamía siempre las
lágrimas que caían sobre las manos de Zaratustra y rugía y gruñía tímidamente.
Así se comportaban aquellos animales. –
Todo esto duró
mucho tiempo, o poco tiempo: pues, hablando propiamente, para tales cosas no existe
en la tierra tiempo alguno. – Mas entretanto los hombres superiores que estaban
dentro de la caverna de Zaratustra se habían despertado y se disponían para
salir en procesión a su encuentro y ofrecerle el saludo matinal: pues habían
encontrado, al despertarse, que él no se hallaba ya entre ellos. Mas cuando
llegaron a la puerta de la caverna, y el ruido de sus pasos los precedía, el
león enderezó las orejas con violencia, se apartó súbitamente de Zaratustra y
saltó, rugiendo salvajemente, hacia la caverna; los hombres superiores, cuando
le oyeron rugir, gritaron todos como con una sola boca y
retrocedieron huyendo y en un instante desaparecieron.
Mas Zaratustra,
aturdido y distraído, se levantó de su asiento, miró a su alrededor, permaneció
de pie sorprendido, interrogó a su corazón, volvió en sí, y estuvo
solo. »¿Qué es lo que he oído?« dijo por fin lentamente, »¿qué
es lo que me acaba de ocurrir?«
Y ya el recuerdo
volvía a él, y comprendió con una sola mirada todo lo que
había acontecido entre ayer y hoy. »Aquí está, en efecto, la piedra«, dijo
y se acarició la barba, »en ella me encontraba sentado
ayer por la mañana; y aquí se me acercó el adivino, y aquí oí por vez primera
el grito que acabo de oír, el gran grito de socorro.
Oh vosotros hombres
superiores, vuestra necesidad fue la que aquel viejo adivino
me vaticinó ayer por la mañana, –
– a acudir a
vuestra necesidad quería seducirme y tentarme: oh Zaratustra, me dijo, yo vengo
para seducirte a tu último pecado.
¿A mi último
pecado?, exclamó Zaratustra y furioso se rió de sus últimas palabras: ¿qué se
me había reservado como mi último pecado?«
– Y una vez más
Zaratustra se abismó dentro de sí y volvió a sentarse sobre la gran piedra y
reflexionó. De repente se levantó de un salto, –
»¡Compasión! ¡La
compasión con el hombre superior!«, gritó, y su rostro se endureció como el
bronce. »¡Bien! ¡Eso – tuvo su tiempo!
Mi sufrimiento y mi
compasión - ¡qué importan! ¿Aspiro yo acaso a la felicidad? ¡Yo
aspiro a mi obra!
¡Bien! El león ha
llegado, mis hijos están cerca, Zaratustra está ya maduro, mi hora ha llegado:
–
Ésta es mi mañana, mi día
comienza: ¡asciende, pues, asciende tú, gran mediodía!« – –
Así habló
Zaratustra, y abandonó su caverna, ardiente y fuerte como un sol matinal que
viene de oscuras montañas.
Notas
1. ↑ Así habló
Zaratustra reproduce literalmente el aforismo 342 de La gaya ciencia;
sólo «el lago Urmi», que allí aparece, es aquí sustituido por «el lago de su
patria». El mencionado aforismo lleva el título Incipit tragedia (Comienza
la tragedia) y es el último del libro cuarto de La gaya ciencia,
titulado Sanctus Januarius (San Enero).
2. ↑ Es la edad en
que Jesús comienza su predicación. Véase el Evangelio de Lucas, 3, 23:
«Éste era Jesús, que al empezar tenía treinta años». En el buscado antagonismo
entre Zaratustra y Jesús es ésta la primera de las confrontaciones. Como podrá
verse por toda la obra, Zaratustra es en parte una antifigura de Jesús. Y así,
la edad en que Jesús comienza a predicar es aquella en que Zaratustra se retira
a las montañas con el fin de prepararse para su tarea. Inmediatamente después
aparecerá una segunda contraposición entre ambos: Jesús pasó sólo cuarenta días
en el desierto; Zaratustra pasará diez años en las montañas.
3. ↑ Zaratustra
volverá a pronunciar esta misma invocación al sol al final de la obra. Véase,
en la cuarta parte, El signo.
4. ↑ Los dos
animales heráldicos de Zaratustra representan, respectivamente, su voluntad y
su inteligencia. Le harán compañía en numerosas ocasiones y actuarán incluso
como interlocutores suyos, sobre todo en el importantísimo capítulo de la
tercera parte titulado El convaleciente.
5. ↑ Untergehen.
Es una de las palabras-clave en la descripción de la figura de Zaratustra. Este
verbo alemán contiene varios matices que con dificultad podrán conservarse
simultáneamente en la traducción castellana. Untergehen es en
primer término, literalmente, «caminar (gehen) hacia abajo (unter)».
Zaratustra, en efecto, baja de las montañas. En segundo lugar es término usual
para designar la «puesta del sol», el «ocaso». Y Zaratustra dice bien claro que
quiere actuar como el sol al atardecer, esto es, «ponerse». En tercer
término, Untergehen y el sustantivo Untergang se
usan con el significado de hundimiento, destrucción, decadencia. Así, el título
de la obra famosa de Spengler es DerUntergang des Abendlandes (traducido
por La decadencia de Occidente). También Zaratustra se hunde en su
tarea y fracasa. Su tarea, dice varias veces, lo destruye. Aquí se ha adoptado
como terminus technicus castellano para traducir Untergehen el
de «hundirse en su ocaso», que parece conservar los tres sentidos. De todas
maneras, Nietzsche juega en innumerables ocasiones con esta palabra alemana
compuesta y la contrapone a otras palabras asimismo compuestas. Por ejemplo,
contrapone y une Untergang y Ubergang. Übergang es
«pasar al otro lado» por encima de algo, pero también significa «transición».
El hombre, dirá Zaratustra, es «un tránsito y un ocaso». Esto es, al hundirse
en su ocaso, como el sol, pasa al otro lado (de la tierra, se entiende, según
la vieja creencia). Y «pasar al otro lado» es superarse a sí mismo y llegar al
superhombre.
6. ↑ Esta misma
frase se repite luego. El «ocaso» de Zaratustra termina hacia el final de la
tercera parte, en el capítulo titulado El convaleciente, donde se
dice: «Así - acaba el ocaso de Zaratustra».
7. ↑ Hacia el
final de la obra el papa jubilado vendrá en busca de este anciano eremita y
encontrará que ha muerto; véase, en la cuarta parte,Jubilado.
8. ↑ Véase, en
esta primera parte, De los trasmundanos, y Del camino del
creador, y en la segunda parte, El adivino, donde vuelve a
aparecer la referencia a las cenizas. La ceniza es símbolo de la cremación y el
rechazo de los falsos ideales juveniles.
9. ↑ La pureza de
los ojos y la ausencia de asco en la boca son atributos de Zaratustra a los que
se hace referencia en numerosas ocasiones; véase, por ejemplo, en la segunda
parte, De los sublimes, y en la cuarta, El mendigo
voluntario.
11. ↑ Alusión
a 1 Tesalonicenses, 5, 2: «Pues sabéis perfectamente que el día del
Señor llegará como un ladrón de noche».
12. ↑ La idea de la
muerte de Dios, que recorre la obra entera, y su ignorancia por parte del santo
eremita, será tema de conversación entre Zaratustra y el papa jubilado cuando
ambos hablen del eremita ya fallecido. Véase, en la cuarta parte, Jubilado.
13. ↑ Markt es
la palabra empleada por Nietzsche, que aquí se traduce literalmente por
mercado. No se refiere sólo al lugar de compra y venta de mercancías, sino, en
general, al lugar amplio donde se reúne la gente, es decir, a la plaza pública.
Todavía hoy la plaza central de muchas ciudades alemanas se denomina Marktplatz.
14. ↑ Sobre el «superhombre»,
expresión que ha dado lugar a tantos malentendidos, dice el propio Nietzsche
en Ecce homo: «La palabra“superhombre”, que designa un tipo
de óptima constitución, en contraste con los hombres “modernos”, con los hombres
“buenos”, con los cristianos y demás nihilistas, una palabra que, en boca de
Zaratustra, el aniquilador de la moral, se convierte en una
palabra muy digna de reflexión, ha sido entendida, casi en todas partes, con
total inocencia, en el sentido de aquellos valores cuya antítesis se ha
manifestado en la figura de Zaratustra, es decir, ha sido entendida como tipo
“idealista” de una especie superior de hombre, mitad “santo”, mitad “genio”».
15. ↑ Eco de los
fragmentos 82 y 83 de Heráclito (Diels-Kranz): «El más bello de los monos es
feo al compararlo con la raza de los humanos.» «El más sabio de entre los
hombres parece, respecto de Dios, mono en sabiduría, en belleza y en todo lo
demás.»
16. ↑ Dahinfahren.
Nietzsche utiliza aquí el término empleado por Lutero en su traducción de la
Biblia para indicar el «tránsito» (a la otra vida).
17. ↑ Schreien.
Esta palabra alemana, usada también dos veces en la oración anterior, no sólo
quiere decir «levantar la voz (gritar)», sino también, y a diferencia de la
palabra gritar española, «quejarse de algo, exigiendo algo
(clamar)», por lo que aquí, Schreien, en un sentido concreto, es
una clara referencia a la expresión bíblica «Clamar al cielo». Véase Génesis,
4, 10: «La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra»
(palabras de Yahvé a Caín). Como hace casi siempre con estas «citas» bíblicas,
Zaratustra confiere a ésta un sentido antitético del que tiene en el original.
19. ↑ Paráfrasis
del Evangelio de Lucas, 17, 33: «Quien busca preservar su alma la
perderá; y quien la perdiere, la conservará.»
20. ↑ Cita literal,
invirtiendo su sentido, de Hebreos, 12, 6: «Porque el Señor, a
quien ama, lo castiga.» Véase también, en la cuarta parte, El despertar.
21. ↑ Reminiscencia
del Evangelio de Mateo,13,13: «Por esto les hablo en parábolas,
porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.»
23. ↑ El «último»
hombre significa sobre todo el «último» en la escala humana. En Ecce
homo dice Nietzsche: «En este sentido Zaratustra llama a los buenos
unas veces “los últimos hombres” y otras el “comienzo del final”; sobre todo,
los considera como la especie más nociva del hombre, porque imponen su
existencia tanto a costa de la verdad como a costa del futuro».
24. ↑ Paráfrasis,
modificando su sentido, del Evangelio de Juan, 10, 16: «Habrá un
solo rebaño y un solo pastor.»
25. ↑ Mediante el
juego de palabras en alemán entre erste Rede (primer discurso)
y Vorrede (prólogo o, también, discurso preliminar), Nietzsche
quiere indicar que en realidad este su primer hablar o discursear (reden)
a los hombres no ha sido más que un hablar preliminar, pero que su verdadero
hablar va a comenzar ahora. Por eso la verdadera primera parte de esta obra se
titulará precisamente «Los discursos (Reden) de Zaratustra».
26. ↑ Eco de la
escena evangélica (Evangelio de Lucas, 23, 17) en que la muchedumbre
rechaza a Jesús y reclama a Barrabás: «Pero ellos vociferaron a una: ¡Fuera
ése! Suéltanos a Barrabás!»
27. ↑ Un desarrollo
de esta idea puede verse en esta primera parte, De los despreciadores
del cuerpo, y, en la tercera parte, El convaleciente: «Las
almas son tan mortales como los cuerpos.»
28. ↑ La expresión
«pescador de hombres» es evangélica. Véase el Evangelio de Mateo,
4, 19, «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres» (Jesús a Pedro y a
Andrés). Véase también, en la cuarta parte, La ofrenda de la miel.
29. ↑ Cita ligeramente
modificada de Proverbios, 4,19: «Oscuros son los caminos del ateo»
(traducción de Lutero). Lutero emplea el término gottlos(literalmente:
sin-dios), expresión que luego va a ser epíteto constante de Zaratustra. Pero
son los «buenos y justos» los que se lo aplican; véase, en la tercera
parte, De la virtud empequeñecedora. Pero luego Zaratustra se
apropiará con orgullo de esa calificación. Los buenos y justos son también los
que llaman a Zaratustra «el aniquilador de la moral»; véase, más
adelante, De la picadura de la víbora.
30. ↑ La pareja
verbal «los buenos y justos», que aquí aparece por primera vez, se repetirá
numerosísimas veces en toda esta obra. Probablemente es imitación de otra
pareja verbal, «los hipócritas y fariseos», que también aparece con mucha
frecuencia en los Evangelios, y tiene el mismo significado que ella. Véase, por
ejemplo, en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas: «¡Oh
hermanos míos! ¿En quién reside el mayor peligro para todo futuro de los
hombres? ¿No es en los buenos y justos, que dicen y sienten en su corazón:
“nosotros sabemos ya lo que es bueno y justo, y hasta lo tenemos”».
32. ↑ Sobre esta
costumbre de Zaratustra de «mirar en el rostro a todos los durmientes» véase
también, en esta misma parte, Del amigo; y en la cuarta
parte, La sombra.
34. ↑ Juego de
palabras en alemán entre Brecher (destructor, rompedor,
quebrantador) y Verbrecher (infractor, criminal). También
Moisés rompe las tablas; véase Éxodo, 32,19: «Al acercarse al
campamento y ver el becerro y las danzas, Moisés, enfurecido, tiró las tablas y
las rompió al pie del monte». En esta obra Zaratustra utiliza numerosas veces
esta contraposición.
36. ↑ Juego de
palabras en alemán entre Einsiedler (eremitas) y Zweisiedler (término
este último creado por Nietzsche y que hace referencia al matrimonio, esto es,
a la «soledad de dos en compañía»).
37. ↑ Los amplios
círculos que traza el águila y el enroscamiento de la serpiente en torno al
cuello del águila son ya aquí una premonición del «eterno retorno», que es una
de las doctrinas capitales de esta obra.
38. ↑ Reminiscencia,
modificando su sentido, del Evangelio de Mateo, 4, 1. En el
evangelio es el Tentador el que sube a la montaña para inducir a Jesús a pecar.
40. ↑ La expresión
«La Vaca Multicolor» (die bunte Kuh) es traducción literal del nombre de
la ciudad Kalmasadalmyra (en pali: Kammasuddaman), visitada por Buda en sus
peregrinaciones.
41. ↑ La alabanza
del «sueño del justo» es tema que aparece con frecuencia en los libros
sapienciales de la Biblia; contra esa alabanza va principalmente dirigido este
capítulo.
42. ↑ Véase Éxodo,
20, 16: «No dirás falso testimonio»; Éxodo, 20, 14: «No cometerás
adulterio»; Éxodo, 20, 17: «No desearás... la sierva de tu
prójimo.» Zaratustra cita textualmente estos tres preceptos bíblicos.
43. ↑ En los libros
sapienciales de la Biblia la «paz con Dios» figura entre los requisitos del «sueño
del justo».
44. ↑ Sobre la
obediencia a la autoridad véase Romanos, 13, 1: «Todos debéis estar
sometidos a la autoridad.»
46. ↑ Parodia
del Evangelio de Mateo, 5, 3: «Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.»
47. ↑ Alusión
a Proverbios, 3, 24: «Te acostarás y dormirás dulce sueño. No
tendrás temor de repentinos temores...» También de Buda se dice que «dormía sin
soñar, como un niño o un gran sabio».
48. ↑ Hinterweltler.
Término forjado por Nietzsche y que ya había empleado una vez en Humano,
demasiado humano, II, «Opiniones y sentencias varias». Aquí se traduce
literalmente por «trasmundanos», pues parecen innecesarias y artificiales las
traducciones que ordinariamente se han dado: «De los creyentes en ultramundos»,
«De los alucinados de un mundo pretérito», «De los visionarios del más allá»,
etc. Nietzsche formó esta palabra por analogía con Hinterwäldler,
de uso corriente, que significa: el que habita en el Hinterwald (la parte de
detrás del bosque), pero también: «troglodita», «provinciano», «hombre
inculto». El «trasmundano» es, evidentemente, el «metafísico».
49. ↑ Zaratustra
describe aquí las ideas de Nietzsche en su primera época (véase sobre todo El
nacimiento de la tragedia), que estuvo muy influida por Schopenhauer y Wagner.
51. ↑ Mit dem
Kopf durch die Wand (gehen) es una frase hecha alemana que significa
literalmente «(querer atravesar) la pared con la cabeza», pero que alude a las
personas muy tercas, «cabezotas» (tanto, que se empeñan en algo imposible, a
saber: «atravesar la pared con la cabeza»). Al variar ligeramente la frase,
mediante la adición del adjetivo letzte («últimas» paredes, es
decir, los límites de este mundo), Nietzsche ironiza sobre los trasmundanos.
52. ↑ La «sangre
redentora» es expresión bíblica. Véase 1 Pedro, 1, 19. En La
genealogía de la moral Nietzsche reprocha a Wagner el que se dejase
seducir por la «sangre redentora». Véase la nota 72 de La genealogía de
la moral.
53. ↑ Alusión al
cáliz y a la Última Cena. Véase el Evangelio de Mateo, 26, 27:
«Bebed de él todos, que ésta es mi sangre.»
54. ↑ La «cosa en
sí» es término procedente de Kant y contra él polemiza Nietzsche en numerosas
ocasiones. De él se deriva la expresión propia del idealismo alemán «en sí y
para sí» (an sich und für sich). Más adelante, en la cuarta parte, La
ofrenda de la miel, Zaratustra se burlará de esta última expresión,
hablando de «en mí y para mí».
55. ↑ El poeta
griego Simónides dice en uno de sus «trenos» (el 542 en la numeración de D. L.
Page): «Es difícil llegar a ser un hombre excelente, cuadrado de manos, de
pies, de inteligencia, terminado sin reproche...» Tanto Platón en el Protágoras
(339 b) como Aristóteles en su Retórica(1411 b 26) citan esta
metáfora de Simónides. De cualquiera de ellos pudo tomar Nietzsche esta imagen,
que también repite más tarde; véase, en esta primera parte, Del hijo y
del matrimonio, y en la cuarta parte, El saludo.
57. ↑ Selbst.
Se traduce aquí, no por yo, como a veces se hace, sino por sí-mismo. Nietzsche
contrapone Ich (yo) y Selbst (sí-mismo), como
puede verse en el párrafo siguiente y, en general, en todo este capítulo.
58. ↑ Véase Más
allá del bien y del mal 78: «Quien así mismo se desprecia continúa
apreciándose, sin embargo, a sí mismo en cuanto despreciador».
59. ↑ Von den Freudenschaften und Leidenschaften.
Por analogía con Leidenschaft (pasión), Nietzsche crea
aquí la palabra Freudenschaft, derivándola de Freude (alegría). Con
ello subraya el elemento Leiden (sufrimiento) del
término Leidenschaft. «Pasión» implica aquí, pues, simultáneamente
dos significados: pasión (como movimiento afectivo) y padecimiento.
60. ↑ Sobre los
«pretiles junto a la corriente» puede verse luego, en la tercera parte, De
tablas viejas y nuevas, 8, y la nota 375.
61. ↑ Véase
el Evangelio de Juan, 4, 24: «Dios es espíritu.» En la cuarta
parte, La fiesta del asno, 1, el papa jubilado criticará la frase
«Dios es espíritu».
62. ↑ Véase la
carta 33, Sentencia de los filósofos, de las Cartas a
Lucilio, de Lucio Anneo Séneca.
63. ↑ Los tres
párrafos que van desde «Vosotros miráis...» hasta aquí fueron colocados por
Nietzsche como motto al frente de la tercera parte de esta
obra (véase p. 221).
64. ↑ El tercer
tratado de La genealogía de la moral lleva a su frente,
como motto, esta frase. Nietzsche dice en el prólogo que ese tercer
tratado, titulado «¿Qué significan los ideales ascéticos?», es todo él «un
comentario» del citado párrafo.
65. ↑ Reminiscencia
irónica del Evangelio de Mateo, 21, 5: «Y los discípulos...
trajeron la borrica y el pollino» (preparativos para la entrada de Jesús en
Jerusalén).
67. ↑ Paráfrasis
de Hamlet, acto II, escena 2: «Ocurrencias felices que suele tener
la demencia, y que ni la más sana razón y lucidez podrían soltar con tanta
fortuna» (palabras de Polonio a Hamlet).
68. ↑ Véase, en la
tercera parte, De la visión y del enigma, así como Del
espíritu de la pesadez, donde Nietzsche desarrolla con detalle el
significado del «espíritu de la pesadez».
69. ↑ En la cuarta
parte, La fiesta del asno, el más feo de los hombres recordará a
Zaratustra esta enseñanza.
70. ↑ Éste es uno
de los capítulos de mayor impregnación evangélica en su ambientación. Recuerda
sobre todo la conversación de Jesús con el joven rico (véase el Evangelio
de Mateo, 19, 16 y ss.), pero también el hecho de que Jesús encontrase a
algunos de sus primeros discípulos debajo de un árbol; véase el Evangelio
de Juan, 1, 48: «Contestó Jesús, y le dijo: Antes de que Felipe te llamase,
te vi cuando estabas debajo de la higuera. Natanael le contestó: Rabbí, tú eres
el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Contestó Jesús y le dijo: ¿Porque te
he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores has de ver.»
71. ↑ Reminiscencia
del Evangelio de Juan, 3, 8: «El viento sopla donde quiere; oyes el
ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va.»
72. ↑ Véase, en la
cuarta parte, Del hombre superior, 6, donde vuelve a aludirse a lo
aquí indicado.
73. ↑ Como en
varias otras ocasiones, Nietzsche utiliza aquí la expresión evangélica con que
se caracteriza el llanto de Pedro tras negar a Jesús; véase el Evangelio
de Mateo, 26, 75: «Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras
de Jesús: “Antes que cante el gallo me negarás tres veces”. Y saliendo fuera,
lloró amargamente».
74. ↑ Véase
antes, De las alegrías y de las pasiones, y más tarde,
sobre todo, Del hijo y del matrimonio, donde se desarrolla este
mismo pensamiento.
75. ↑ Un amplio
desarrollo de las ideas que aparecen en este capítulo puede verse en La
genealogía de la moral.
80. ↑ En el mismo
capítulo citado en la nota anterior, los reyes dicen a Zaratustra. «Nadie ha
dicho hasta ahora palabras tan belicosas como: “¿Qué es bueno? Ser valiente es
bueno”. La buena guerra es la que santifica toda causa. Oh, Zaratustra, la
sangre de nuestros padres se agitaba en nuestro cuerpo al oír tales palabras.»
81. ↑ El propio
Zaratustra cita más adelante esta enseñanza suya; véase, en la tercera
parte, De las tablas viejas y nuevas, 21.
82. ↑ La
contraposición entre «tú debes» y «yo quiero» ha sido desarrollada antes en
esta misma parte, De las tres transformaciones, Zaratustra volverá
a mencionarla en la parte tercera, De tablas viejas y nuevas, 9.
83. ↑ Sobre la
caracterización del Estado como monstruo puede verse también, más adelante, la
conversación de Zaratustra con el «perro de fuego»: segunda parte, De
grandes acontecimientos.
84. ↑ «Esta señal
os doy» es frase bíblica que aparece en Isaías, 7, 14: «Pues bien,
el Señor mismo os dará una señal: He aquí que la virgen concebirá y parirá un
hijo.» También los Evangelios utilizan repetidas veces la expresión «dar una
señal».
85. ↑ Cita
del Evangelio de Mateo, 4,9: «Todo esto te daré si, postrándote
ante mí, me adoras» (palabras del Tentador a Jesús).
86. ↑ Sobre la
caracterización del «periódico» véase también, en la tercera parte, Del
pasar de largo.
87. ↑ Sobre la
«pequeña pobreza» puede verse, en la cuarta parte, La Cena, donde
el adivino «cita» esta frase de Zaratustra y le da una explicación irónica.
88. ↑ Sobre la
sangre como argumento de la verdad puede verse, en la segunda parte, De
los sacerdotes; Nietzsche desarrolla esta idea también en el 53 de El
Anticristo.
91. ↑ Alusión
al Evangelio de Mateo, 9,28-32: «Llegó él a la orilla de enfrente,
a la región de los gadarenos. Desde el cementerio salieron a su encuentro dos
endemoniados; eran tan peligrosos que nadie se atrevía a transitar por aquel
camino. De pronto empezaron a gritar: “¿Quién te mete a ti en esto, Hijo de
Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?” Una gran piara de
cerdos estaba hozando a distancia. Los demonios le dijeron: “Si nos echas,
mándanos a la piara”. Jesús les dijo: “Id”. Salieron y se fueron a los cerdos.
De pronto la piara se abalanzó al lago, acantilado abajo, y murió ahogada.»
92. ↑ Paráfrasis
de 1 Corintios, 7, 1-2: «Bueno es al hombre no tocar mujer: mas,
por evitar la fornicación, tenga cada uno su mujer y cada una tenga su marido.»
95. ↑ Zaratustra
condensa en este párrafo la doctrina griega sobre la amistad expuesta por
Platón en La república (576 a) y por Aristóteles en laEtica a
Nicómaco (1161 a 30 - b 10).
96. ↑ Suele
traducirse este título por: «De las mil y una metas.» Como se verá por el
desarrollo de todo el capítulo y sobre todo por los párrafos finales, Nietzsche
no se ha querido dejar llevar por la expresión popular en todos los idiomas:
«las mil y una», sino que, como él mismo dice: «Mil metas ha habido hasta
ahora, pues mil pueblos ha habido. Sólo falta la cadena de las mil cervices,
falta la única meta.» La versión aquí dada, «De las mil metas y de
la única meta», se apoya en el hecho de haber escrito
Nietzsche: Von tausend und Einem Ziele, en lugar de: Von
tausend und einem Ziele, como habría escrito si hubiera querido decir: «De
las mil y una metas.»
97. ↑ Primera
aparición de la expresión «voluntad de poder»; a este concepto se le dedicará
sobre todo, en la segunda parte, el capítulo titulado De la superación
de sí mismo.
98. ↑ Esta divisa
del honor de la sociedad aristocrática griega tiene su expresión clásica en el
verso 208 del libro VI de La Ilíada:
«Siempre ser el mejor y estar por encima de los demás». Idénticas palabras se
repiten en el verso 784 del libro XI, donde aparecen como consejo del
anciano Peleo a su hijo Aquiles.
99. ↑ El pueblo
persa. Véase también Ecce homo: «Decir la verdad y disparar bien
con flechas, ésa es la virtud persa».
100.
↑ El pueblo
judío. Véase Éxodo, 20,12: «Honra a tu padre y a tu madre, para que
vivas largos años en la tierra que Yahvé, tu Dios, va a darte».
102.
↑ Nietzsche
basa esta afirmación suya en la idea de que la palabra alemana Mensch (hombre)
viene del latín mensuratio (medida). Esta misma opinión la aduce
también en La genealogía de la moral.
103.
↑ Náchste, Fernste.
La circunstancia de que der Nächste (el prójimo) sea en alemán
un superlativo (nahe, cerca: Nachbar, vecino; Nächste,
prójimo, o, si se quiere, el «más próximo de todos») permite a Nietzsche
ampliar verbalmente la distancia entre los dos extremos y decir: der
Fernste (el más lejano de todos), en lugar de der Ferne (el
lejano), que sería, en castellano, lo contrario del prójimo (próximo). El «amor
al prójimo» es un precepto bíblico: Levítico, 19, 18; Evangelio
de Mateo, 22, 39; Evangelio de Marcos, 12, 31: «Ama a tu
prójimo como a ti mismo.»
105.
↑ Véase Amós,
5, 21: «Yo, odio y aborrezco vuestras fiestas» (palabras de Yahvé a los
hebreos).
106.
↑ Véase
antes De las tres transformaciones, la descripción
del niño: «El niño es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una
rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí».
107.
↑ Un desarrollo
de esta idea puede verse en La genealogía de la moral, apartado tercero,
«¿Qué significan los ideales ascéticos?». También aquí se alude más adelante a
esto mismo: véase, en la cuarta parte, La sombra.
109.
↑ O sancta
simplicitas es frase que se dice pronunciada por Juan Hus (1369-1415)
cuando, encontrándose sobre la hoguera a que se le había condenado por hereje,
vio cómo una viejecilla, movida por su celo religioso, arrojaba más leña a las
llamas en que aquél ardía.
110.
↑ Una
paráfrasis y ampliación de las ideas sobre la mujer expuestas aquí por
Zaratustra pueden verse en Ecce homo.
111.
↑ Paráfrasis
irónica del Evangelio de Lucas, 1, 37: «Para Dios nada es
imposible». Son palabras del ángel Gabriel a María al anunciarle que su
pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez.
112.
↑ En la tercera
parte, La otra canción del baile, Zaratustra usará este látigo para
hacer que la vida -«una mujer»- baile.
113.
↑ «Ceñirse los
riñones» es expresión bíblica. Véase 1 Reyes, 18, 46: «Fue sobre Elías la mano
de Yahvé, que ciñó sus riñones, y vino corriendo a Jezrael delante de Ajab».
114.
↑ Zaratustra
reproduce aquí la misma invocación al sol que pronunció al comienzo de la obra;
véase el Prólogo de Zaratustra, 1.